El llamado de Dios

Hace ya bastantes años, cuando era un joven que devoraba prácticamente la Biblia y todos los libros que tenían que ver con ella y con su contenido, sentí la necesidad de que alguien me explicara lo que no comprendía, que era mucho. Así que,  acudí a un pastor para que me hablara  o más bien, me  enseñara sobre el  Espíritu Santo.

Este hombre, al oír mi petición, me dijo que veía el llamado en mí, cosa que en aquel entonces, no sabía que significaba. Añadiendo que lo más conveniente era que me preparara para entrar al servicio del Señor, para el ministerio. Así podría, me dijo, hacer desaparecer todos mis interrogantes.  Recomendación que en un principio rechacé, porque no entraba en mis planes invertir dos años de mi vida en ese menester. Dos años de estudio y aprendizaje de la Palabra de Dios.  Pero que, después de meditarlo, decidí aceptar, porque era una oportunidad para conseguir lo que tanto deseaba, saber más del Espíritu Santo.

Acepté  convencido de que cuando me “empapara” de lo que quería saber y experimentar sobre el Espíritu Santo, podría dejar sin impedimento alguno  mi preparación y volver a la normalidad de mi vida.

Pero lo que no sabía era que entraba en los planes de Dios; planes que cambiaron mi vida, porque el Señor tenía un propósito para mi vida y para la de mi esposa.

Y debido a esto, quisiera, a pesar de que hay una larga lista de candidatos, destacar algunos personajes bíblicos a los que de una manera u otra el Señor llamó, capacitó  y utilizó. De la misma manera que aún sigue llamando, capacitando  y utilizando.

Así que veamos en primer lugar al primero de los por mi escogido,  Abraham:

Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y Lot fue con él. Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán. Tomó, pues, Abram a Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron. (Gén. 12:1-5) 

Moisés:

Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios. Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema. Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo. El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel.  (Éxodo, 3:1-12)

Ana:

Y levantándose de mañana, adoraron delante de Jehová, y volvieron y fueron a su casa en Ramá. Y Elcana se llegó a Ana su mujer, y Jehová se acordó de ella. Aconteció que al cumplirse el tiempo, después de haber concebido Ana, dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, diciendo: Por cuanto lo pedí a Jehová. Después subió el varón Elcana con toda su familia, para ofrecer a Jehová el sacrificio acostumbrado y su voto. Pero Ana no subió, sino dijo a su marido: Yo no subiré hasta que el niño sea destetado, para que lo lleve y sea presentado delante de Jehová, y se quede allá para siempre. Y Elcana su marido le respondió: Haz lo que bien te parezca; quédate hasta que lo destetes; solamente que cumpla Jehová su palabra. Y se quedó la mujer, y crió a su hijo hasta que lo destetó. Después que lo hubo destetado, lo llevó consigo, con tres becerros, un efa de harina, y una vasija de vino, y lo trajo a la casa de Jehová en Silo; y el niño era pequeño. Y matando el becerro, trajeron el niño a Elí. Y ella dijo: ¡Oh, señor mío! Vive tu alma, señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti orando a Jehová. Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová. Y adoró allí a Jehová.  (1ª Sam. 1: 19-28)

Samuel:

El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia. Y aconteció un día, que estando Elí acostado en su aposento, cuando sus ojos comenzaban a oscurecerse de modo que no podía ver, Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada, Jehová llamó a Samuel; y él respondió: Heme aquí. Y corriendo luego a Elí, dijo: Heme aquí, ¿Para qué me llamaste? Y Elí le dijo: Yo no he llamado; vuelve y acuéstate. Y él se volvió y se acostó. Y Jehová volvió a llamar otra vez a Samuel. Y levantándose Samuel, vino a Elí y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Y él dijo: Hijo mío, yo no he llamado; vuelve y acuéstate. Y Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada. Jehová, pues, llamó la tercera vez a Samuel. Y él se levantó y vino a Elí, y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Entonces entendió Elí que Jehová llamaba al joven. Y dijo Elí a Samuel: Ve y acuéstate; y si te llamare, dirás: Habla, Jehová, porque tu siervo oye. Así se fue Samuel, y se acostó en su lugar. Y vino Jehová y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye. Y Jehová dijo a Samuel: He aquí haré yo una cosa en Israel, que a quien la oyere, le retiñirán ambos oídos.  (1ª Sam. 3:1-11)

Pablo:

Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén. Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.  Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie.  Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió. Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en visión: Ananías. Y él respondió: Heme aquí, Señor. Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista.  Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre. El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.    (Hechos, 9:1-11)

Escogí a estos cinco personajes  (aunque hay más) porque me pareció que todos al oír el llamado de Dios, pasaron por la misma experiencia.  Todos tuvieron que desprenderse y dejar atrás todo lo que les pudiera impedir el hacer la voluntad del Señor al oír su llamado.

Abram (Abraham) se desprendió de su parentela y tuvo que dejar su tierra.

Moisés, tuvo que desprenderse aunque a regañadientes, de una vida cómoda y segura.

Ana, se desprendió de lo que más amaba, de su anhelado hijito.

Samuel, tuvo que dejar su infancia, su corazón de niño, para servir a Dios.

Pablo, tuvo que desprenderse de su formación y forma de vida farisea.

Porque cuando Dios llama, ni la parentela, ni la tierra, ni la familia, ni la comodidad, ni la cultura, importan. Lo único que importa es atender al llamado de Dios. Ya que al atender  a su llamado,  entramos en los propósitos de Dios. Porque el Señor siempre tiene un propósito al llamarnos, al igual que lo tenía con los personajes mencionados:

Con Abraham era,  bendecir a  toda la Tierra a través de su descendencia.

Con Moisés,  liberar de la esclavitud a Israel,  darles leyes  y llevarles a la tierra prometida.

Con Ana, que al dar  a luz a su hijo, lo dedicara   al  servicio de Dios.

Con Samuel, para servir a Dios desde su infancia,  como profeta y juez en Israel.

Con Pablo, que proclamara y diera  a conocer el evangelio de Jesucristo, a los gentiles.

Incluso para mi tenía el Señor un propósito, y para todos aquellos que están leyendo ahora esta reflexión; también para los que no la lean pero que han sido llamados por el Señor.

Porque el Señor no nos ha llamado para que domingo tras domingo, vayamos a cantarle cánticos y a oír sermones cómodamente sentados. Nos ha llamado para que una vez “oída su voz” nos desprendamos de todo aquello, que sabemos debemos desprendernos, aunque  sea de mala gana,  al igual que Moisés;  para poder llevar liberación y bendición a través de La Palabra de Dios bajo la dirección del Espíritu Santo, a todos aquellos cegados y atados por el dios de este mundo. Porque lo que el Señor tiene preparado para los que llama, es mucho más valioso e importante que lo que se deja atrás;  mucho más, de lo que  nos hayamos tenido que desprender.

De ahí que,  si al igual que los personajes mencionados más arriba amas al Señor, ten la seguridad que  al entrar en  el propósito de Dios, te va ir bien, porque así está escrito:

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.(Rom. 8:28)

Así que, asume,  que cuando el Padre Eterno te llamó a través de Jesucristo para entrar  en su   propósito,  ya te tenía preparado un objetivo  a alcanzar. Por lo tanto, apresúrate y alcánzalo cuanto antes,  en el nombre de Dios.

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

4 comentarios sobre “El llamado de Dios

  1. Siervo del Altísimo, cuando Dios llama no se equivoca, porque con un propósito nos ha traído a este mundo. Muchísimas bendiciones y siga adelante obedeciendo a nuestro Dios Todopoderoso.

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