Fortaleciendo a los hermanos.

 

Tuvo el Señor Jesús antes de ir a la cruz una conversación privada con Pedro, en la que le dio a conocer los planes que  Satanás había maquinado contra ellos.  Contra los  discípulos que el Padre le había dado. Quería zarandearles,  intentando de esa forma,  hacerles perder la fe en su Maestro y Señor.

Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. (Lucas, 22:31-32)

Como la de Jesús era ya una muerte anunciada, al haberse puesto de acuerdo Judas con   los principales sacerdotes y los escribas para entregar a Jesús  a cambio de dinero, Satanás se frotaba las manos de satisfacción por lo logrado.   Pensando que lo único  que le quedaba por hacer, al haber podido convencer al “tesorero” de los doce que seguían a Jesús,  era infundir temor en el corazón de  los once restantes, (Marcos, 4:27)  para que cobardemente se apartaran de Jesús, su Maestro y Señor.

Estaba cerca la fiesta de los panes sin levadura, que se llama la pascua. Y los principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo matarle; porque temían al pueblo. Y entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los doce; y éste fue y habló con los principales sacerdotes, y con los jefes de la guardia, de cómo se lo entregaría. Ellos se alegraron, y convinieron en darle dinero. Y él se comprometió, y buscaba una oportunidad para entregárselo a espaldas del pueblo. (Lucas, 11:1-6)

Así que conociendo el Señor tales planes, comenzó su contraofensiva para desbaratarlos, utilizando la intercesión como la más efectiva  arma espiritual a su alcance  para esta ocasión: “Simón, he rogado por ti, para que no falte tu fe”

¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. (Romanos, 8:34)

Consiguió Satanás alejar  durante unas horas a Pedro de  Jesús,  al negar atemorizado que lo conocía.  Hasta en tres ocasiones  lo negó en un escaso margen de tiempo;  pero la intercesión de su Maestro le valió para que  arrepentido,  pudiera desembarazarse del espíritu de temor en que lo había envuelto Satanás. Porque parece ser,  que la impulsividad de Pedro era un estímulo  para el resto de los apóstoles  y Satanás lo  sabía;  así que si  podía hacerle caer,  arrastraría  a los demás en su caída,  alejando  no solo a Pedro del Señor,   sino  con él a todos  los demás. De ahí que parafraseando el versículo del principio, le estaba diciendo  el Señor a Pedro,   que había rogado para que no faltase su fe en la prueba que le iba  a sobrevenir,  porque no era tan fuerte como él se  creía. (Mateo, 26:35)  Añadiendo, que   al volver  arrepentido a Él,  fortaleciera  a sus temerosos y desanimados  hermanos.

Porque las intenciones de nuestro adversario el diablo siempre son las mismas, impedir que se conozca al Señor y alejar de Él a los que ya le conocen.

Pudiendo,  al meditar sobre lo expuesto,  llegar a entender  la importancia de la intercesión, para evitar caer en la tentación, ya sea propia o ajena, y en caso de haber caído,  ayudar a levantar al  caído, ya que la intercesión  es el camino más recto para  la acción.

Porque es un hecho que algunos  de los que han vivido situaciones extremas, incluso cuando se “ha llegado a tocar fondo”,   al haberles rescatado el Señor, agradecidos, dedican no solo su  tiempo a la intercesión,  sino a fortalecer a los que han sido o están siendo zarandeados por Satanás, al igual que ellos en un pasado lo fueron. Atendiendo, sin habérselo propuesto,  al llamado del Señor de “fortalecer a los  hermanos” confirmándoles  y afirmándoles en Jesús,  autor y consumador de la fe”.  (Hebreos, 12:1-2)

Y como a  día de hoy,  el Señor, continúa (como al principio)   intercediendo por todos aquellos que el Padre le ha dado,  además de esperarlo, le agrada,  que se  le “eche una mano”  para  ayudar (fortalecer)   a todos aquellos de nuestros hermanos que lo necesiten. Así que de nosotros depende  ir,  o quedarnos sentados.

Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. (1ª Juan, 2:1)

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

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