La Mujer de mi Juventud.

 

 

 

Me topé, paseando por mi ciudad, con un viejo conocido al que hacía tiempo no veía debido a que trabaja y vive en la capital de mi país; de niños como éramos vecinos solíamos jugar juntos, pero al mudarse de ciudad por el trabajo de su padre, solo nos veíamos de cuando en cuando. Iba, acompañado de una mujer mucho más joven que él, que me presentó como su esposa.

Un poco sorprendido, porque no sabía que el amigo de mi niñez había enviudado, quise informarme sobre el fallecimiento de su anterior esposa, y de lo que me enteré es que se había divorciado de la mujer con quien había contraído matrimonio 30 años antes, y le había dado 3 hijos. (Mateo 19:3-9)

Noticia que me causó tristeza.

Tristeza que me motivó darle gracias a Dios por mi matrimonio y por conocer Su Palabra, que me (nos) ayuda a no olvidar principios y obligaciones por Él establecidas, y no darle paso a situaciones, como la anteriormente señalada.

Sea bendito tu manantial, y alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela.
Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre.
(Prov. 5:18-19)

Conocí a la que hoy es mi esposa, (llevamos más de 40 años casados) cuando ella tenía 18 años y yo 20; unos años después nos casamos. Era Ana la mujer que el Señor tenía preparada para mi, y por lo visto era yo el varón que tenía preparado para ella, aunque todo esto lo conocemos ahora, después de las experiencias de todo tipo que juntos hemos vivido.

La primera de ella y la mas dura, fue la que nos aconteció una vez que nació nuestro primer hijo.

Pero es mejor que comience desde el principio: Me fijé en Ana porque era una joven distinta a las conocidas por mí; se podía conversar con ella sobre variedad de temas, y además prestaba atención a tus opiniones y puntos de vista. Era yo por aquel entonces un joven que solo pensaba en divertirse y pasarlo bien, aunque trabajaba duro al lado de mi padre, como panadero.

Pertenecíamos Ana y yo, al mismo grupo de amigos, y observaba que ella, los domingos, que era cuando salíamos todos juntos, siempre llegaba tarde y nunca decía el porqué; hasta que un día al preguntarle el motivo, me dijo que se debía a que visitaba a una abuelita que vivía en otra localidad.

Al tiempo, me confesó el verdadero motivo, se reunía en una casa con otras personas para estudiar la Biblia, invitándome acompañarla; cosa que hice y que me arrepentí de haberlo hecho, porque las aproximadamente dos horas que duró el culto, fueron las mas largas de mi vida. Al salir le dije: ¡Nunca me volverás a ver en lugar como este, ni atado con cadenas! Aunque como estábamos enamorados, seguimos saliendo juntos.

Al cabo de un tiempo y una vez terminado mi servicio militar, nos casamos. Ana seguía congregándose y yo seguía sin querer hacerlo; ella fiel a su Señor y yo fiel al judo, deporte que practicaba. (1ª Cort. 7:13-14)

Pues bien, nos nació un hijo precioso, al que mi esposa sin yo saberlo presentó al Señor, pero que a los 9 meses enfermó de meningitis, sin ningún tipo de esperanza de sanidad, según los pediatras que le atendían; esperando su fallecimiento de un momento a otro; el niño (según los médicos) no respondía ni al tratamiento ni a la medicación que le administraban.

Una vez que telefoneé a mis padres comunicándoles el fatídico diagnostico, desesperado y buscando un lugar para esconderme de mi esposa, (no quería me viera llorar) sin casi darme cuenta me metí en una habitación en penumbra, alumbrada tan solo por la tenue luz de un cirio medio consumido, dándome cuenta entonces, que era la capilla del hospital donde estaba ingresado nuestro hijo, y alzando mis ojos anegados de lágrimas, me dirigí al Dios de mi esposa para que sanara a mi hijo, si en verdad, aunque yo no lo creyera, existía y era tan poderoso como ella decía.

Y para asombro de todos, médicos incluidos, nuestro hijo sanó, no quedando en él ningún tipo de secuela de tan fatídica enfermedad. Nadie, ni mi esposa supo hasta pasados unos años de mi petición a Dios.

Al tiempo conocí al Señor (Él ya me conocía) y dediqué mi vida a su servicio hasta hoy. Habiendo sido mi esposa la más importante baza que utilizó el Señor, para que cayera rendido a sus pies. (Prov. 18:22)

Juntos hemos compartido infinidad de experiencias de todo tipo, además de la crianza y educación de los 3 hijos que nos dio el Señor. Hijos que a su vez nos han dado (de momento) 8 nietos. (Ya son 9 los nietos)   (Salmos,  128:3-4)

Esposa que me dio el Señor para que me sintiera lleno y satisfecho como hombre, y que ahora volviendo la vista atrás, ni puedo olvidar que la mujer de mi juventud ha sido (es) la mujer de mi vida, de toda mi vida. (Prov. 19:4)

He podido comprender a través de nuestra relación, el significado de ser uno, porque al paso del tiempo, y al llegar más allá de la madurez, no se ha agotado mi amor por ella, sino todo lo contrario, refrescándolo continuamente con una fuerte dosis de comprensión, aceptación y respeto, sazonándolo todo con esos momento de intimidad que (siempre) me hacen recordar a la joven de la que me enamoré en mis años mozos, de la que sigo enamorado, y que por su fidelidad conocí al Señor.

Prendiste mi corazón, hermana, esposa mía… (Cantares, 4:9-15)

 

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

4 comentarios sobre “La Mujer de mi Juventud.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.