Ni yo te condeno

Se mencionan en el evangelio de san Juan, dos interesantes e instructivas situaciones en las que se vio envuelto el Señor Jesús.

La primera de ellas, trata   sobre el encuentro que tuvo con una mujer samaritana  cuando se dirigía a Galilea y a la charla que mantuvieron ambos con relación a un pozo (el de Jacob) que se encontraba  en el lugar, y su agua.

Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. (Juan 4:5-7)

La segunda en Jerusalén mientras enseñaba en el Templo. En este caso no fue un encuentro fortuito, como parece ser fue el anterior, sino que le trajeron de mano de los escribas y fariseos, una mujer sorprendida en adulterio para saber su opinión sobre esta flagrante infracción de la ley de Moisés.

Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. 
Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?  
(Juan 8:2-5)

De la primera mujer, la samaritana, de la que no se conoce su nombre, sabemos, porque se detalla en la Escritura, que se quedó más que sorprendida al hablarle  el Señor sin conocerla de antemano, de  su pasado,  diciéndole “todo lo que había hecho”.

La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla. 
Jesús le dijo: Ve, llama a tu marido, y ven acá. Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad. Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta. 
(Juan 4:15-19)

De la segunda, de la que tampoco se conoce su nombre, aunque si el pecado que cometió, ni  el motivo que la llevó a caer en él, no se menciona si hubo o no arrepentimiento del acto por ella cometido; lo que si sabemos, es que el Señor Jesús, sin emitir ningún juicio sobre ella, al alejarse todos los que la acusaban y prácticamente sentenciaban,  tampoco la condenó, diciéndole… vete, y no peques más:

Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?   Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. (Juan 8:10-11)

Por lo que, creemos o más bien queremos creer, que ambas mujeres cambiaron su forma de vida al haber conocido y tenido un encuentro personal con el  Señor Jesús, dejando el pecado atrás  como forma de vida, y tal vez fue así, pero las Escrituras no dicen   nada al respecto, así como si que mencionan el cambio radical acontecido con María Magdalena:

Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes.  (Lucas 8:1-3)

No   juzgó,  y menos condenó el Señor Jesús a ninguna de las dos mujeres aludidas, al no ser  ese su cometido,  sino todo lo contrario. (Juan 3:17)

Porque Jesús, el Señor, además de descubrir a través de  sus palabras, lo oculto en los corazones de la gente con la que se topaba, tocaba la fibra sensible que en ellos había;  quedando muchos maravillados por ello;  aunque no todos le seguían o estaban dispuestos a cambiar  de vida. (Juan 6:63-66)

A pesar de todo,  el Señor Jesús nunca emitió juicio de condenación.

Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo.  (Juan 12:47)

Así que, los que decimos que tenemos como Maestro al Señor Jesús, deberíamos tomar buena nota de sus  enseñanzas, de lo que hizo y  de lo que  dijo;  para  que  a través su ejemplo,  lleguemos a ser dignos portadores no ya sólo de sus palabras, (el evangelio) sino de su forma de ver y hacer las cosas.

No sea cosa  que creyéndonos más de lo que somos,  lleguemos a conclusiones (ser juez y parte) de cosas que solo al Dios de Gloria  corresponden.

Así que, tal vez, sería bueno quedarnos con lo que en el evangelio de Lucas, se nos dice, para mantenernos en nuestro lugar y dejar que el Señor  obre en consecuencia:

No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir.  (Lucas 6:37-38)

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

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