¿Quién no enferma?

A pesar de gozar de una excelente salud, practicar deporte durante años, no fumar, no excederme en comidas  ni bebidas,  y  sin antecedentes familiares,  sufrí un infarto.

Todo comenzó a partir de un suave,  aunque molesto y persistente dolor en el pecho, que se presentaba de cuando en cuando,  comenzando desde la parte superior de mi estómago, que creyendo que era debido a alguna mala digestión, lo intentaba calmar (ignorante de mi) a base de infusiones de manzanilla. Dolor que llegado el momento, debido a la insistencia de mi familia (tengo una hija médico) acudí al hospital para que me realizaran un chequeo y pudieran localizar el origen del dolor.

Al llegar al hospital y  preguntarme  donde tenía localizado el dolor, me tomaron la presión arterial  y, para mi sorpresa,  me sentaron en una silla de ruedas, y a toda prisa me introdujeron en uno de los cuartos (boxes) de urgencias,  cuando yo había entrado al hospital  por mi propio pie. Estaba teniendo en ese mismo momento, el infarto.

Una vez controlada la situación, al pasar a la sala de observación, rodeado de vigilantes y controladoras máquinas,  aunque lúcido, me parecía que estaba  soñando;  que esto no podía  estar pasándome a mí.  Y si me estaba pasando,  ¿Por qué a mí?

Me vinieron muchas cosas a la mente, “que Satanás quería quitarme de en medio,  que tal vez ya había llegado mi hora,  que si era una prueba, y un montón de cosas más”   Incluso le pregunté al Señor si estaba tratando de decirme algo utilizando el infarto para ello.   En la sala de observación de un hospital tienes mucho tiempo para pensar.

La cuestión es que tuve un infarto. Permanecí unos días en el hospital y pude salir airoso de ese trance. Pero seguí preguntándome ¿Por qué a mí?

Ahora ocho años después, ya no me lo pregunto, porque la respuesta es esta: ¿Y por qué a ti no?   a Trófimo dejé en Mileto enfermo. (2 Timoteo 4:20)

Comprendiendo que a los hijos de Dios, los órganos también se les deterioran, envejecen y llegado el caso, pueden dejar de funcionar;  además no somos inmunes a virus o bacterias como el resto de los mortales. Pero con la diferencia que nosotros, los que creemos en Jesús,  esperamos ser espiritualmente revestidos.

Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. (1 Corintios 15:53-54)

Me di además cuenta,  que sentí vergüenza por haber enfermado; me sentía aunque no lo dijera,  como  si le hubiera fallado al Señor. No quería que nadie supiera que había tenido un infarto, aunque todos mis conocidos y no conocidos lo supieran. No hablaba de ello con nadie.  Porque hasta ese momento, el del infarto, había tenido la convicción   de  que el Señor me iba a mantener libre y alejado  de toda adversidad, ya fuera física o espiritual y en esta ocasión,  no lo había hecho; por lo tanto, a partir de ahora por vergüenza, (médico, cúrate a ti mismo)   no iba a poder  orar  con convicción por los enfermos. Era como si algo de superhombre se hubiera  quebrado en mí.

Esto fue  así,  hasta que me acordé de lo que dijo san Pablo al compararse con los demás:   ¿Quién enferma, y yo no enfermo?….  (2 Corintios 11:29)  Porque si para  san Pablo el enfermar, (no es  que lo deseara) era algo ligado a la naturaleza humana, yo también podría enfermar. Así que esta frase me vino como anillo al dedo.

Desde entonces  no he vuelto a sentir  vergüenza, porque en nada le fallé al Señor, enfermé y punto.  Además,  sé que el Señor me sanó porque Él cuida de mí, aunque no sea a mi  manera. Así que, sigo proclamando la sanidad divina, además de orar con convicción por los enfermos y dar a conocer su Palabra.

Y no me avergüenzo,  porque he podido comprobar que a lo largo de la historia,  muchos hombres de Dios,  enfermaron, y durante la enfermedad o una vez recuperados de ella,  siguieron  con la labor que el Señor les había encomendado como a continuación vamos a poder  ver, porque enfermar, como durante un tiempo pensé, no es fallarle a Dios.  Aunque tal vez, alguien, susurrándome al oído…  (si eres hijo de Dios…)  estaba interesado en que lo creyera.

Estaba Eliseo enfermo de la enfermedad de que murió. Y descendió a él Joás rey de Israel, y llorando delante de él, dijo: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo!Y le dijo Eliseo: Toma un arco y unas saetas. Tomó él entonces un arco y unas saetas. Luego dijo Eliseo al rey de Israel: Pon tu mano sobre el arco. Y puso él su mano sobre el arco. Entonces puso Eliseo sus manos sobre las manos del rey, y dijo: Abre la ventana que da al oriente. Y cuando él la abrió, dijo Eliseo: Tira. Y tirando él, dijo Eliseo: Saeta de salvación de Jehová, y saeta de salvación contra Siria; porque herirás a los sirios en Afec hasta consumirlos. Y le volvió a decir: Toma las saetas. Y luego que el rey de Israel las hubo tomado, le dijo: Golpea la tierra. Y él la golpeó tres veces, y se detuvo.Entonces el varón de Dios, enojado contra él, le dijo: Al dar cinco o seis golpes, hubieras derrotado a Siria hasta no quedar ninguno; pero ahora sólo tres veces derrotarás a Siria.Y murió Eliseo, y lo sepultaron. Entrado el año, vinieron bandas armadas de moabitas a la tierra.Y aconteció que al sepultar unos a un hombre, súbitamente vieron una banda armada, y arrojaron el cadáver en el sepulcro de Eliseo; y cuando llegó a tocar el muerto los huesos de Eliseo, revivió, y se levantó sobre sus pies. (2 Reyes 13:14-21)

 Y yo Daniel quedé quebrantado, y estuve enfermo algunos días, y cuando convalecí, atendí los negocios del rey; pero estaba espantado a causa de la visión, y no la entendía. (Daniel 8:27)

 Pues vosotros sabéis que a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié el evangelio al principio; y no me despreciasteis ni desechasteis por la prueba que tenía en mi cuerpo, antes bien me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús. (Gálatas 4:13-14)

Más tuve por necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano y colaborador y compañero de milicia, vuestro mensajero, y ministrador de mis necesidades; porque él tenía gran deseo de veros a todos vosotros, y gravemente se angustió porque habíais oído que había enfermado. Pues en verdad estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él, y no solamente de él, sino también de mí, para que yo no tuviese tristeza sobre tristeza. Así que le envío con mayor solicitud, para que al verle de nuevo, os gocéis, y yo esté con menos tristeza. Recibidle, pues, en el Señor, con todo gozo, y tened en estima a los que son como él; porque por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí.(Filipenses 2:25-30)

Por lo tanto, como el inteligente aprende de su propia experiencia, y el sabio de las experiencias de otros, espero que seáis   sabios  y toméis para vosotros, parte o toda mi experiencia.

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

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