Mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar… (Sant. 1:19)
Hace unas fechas, me contó una hermana en Cristo una visión que, en plena noche, mientras dormía la hizo despertar; no fue un sueño, me dijo, fue una visión:
“Vi un rostro humano que estaba frente a mí, al principio me asusté, porque ese rostro tenía unas orejas tan pequeñas que casi no se distinguían, y una boca tan grande, que distorsionaba el rostro”.