Obediencia, igual a servicio.

Como estudiante de la Biblia, al meditar en la Palabra de Dios, reconozco que, en ocasiones, al tener ocupada la mente en otras cosas, no le saco “el néctar o jugo” que ella ofrece.

En una de esas ocasiones, “pasé por alto” que, guardar los mandamientos del Señor, (Juan, 14:15) implica, inexcusablemente (si es que le amamos) el estar o entrar a su servicio. 

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Echa mano….

 

En la primera de las epístolas que Pablo dirige a su discípulo Timoteo, al estar este al cargo de la obra en Éfeso, que, al ser Éfeso, en ese tiempo, el mayor centro de adoración de la diosa Diana, le recuerda entre otras cosas lo siguiente:

Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos.

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El creer.

Una vez que el Señor Jesús hubo alimentado a más de 5000 personas con cinco panes de cebada y dos peces, y haber sanado a muchos, la gente comenzó a seguirle, no por las señales que como Mesías hizo, sino porque habían comido (gratis) hasta saciarse, por lo que el Señor les dijo:

… De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis.

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Aprender, recibir, oír y ver.

Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros. (Filipenses, 4:9)

Recomienda, el apóstol Pablo a los filipenses, como referente que había sido para ellos, a no olvidar lo que aprendieron, recibieron, oyeron y vieron en él.

Porque, como aprender, es la capacidad de adquirir conocimiento, al recibir los filipenses con agrado lo que san Pablo les comunicó sobre el evangelio del Reino, y habiendo prestado la debida atención a sus enseñanzas, en cuanto la obra de Dios, además de haber visto su proceder como apóstol de Jesucristo, les insta a no ser olvidadizos en todo lo aprendido, recibido, oído y visto en él, para que el Dios de paz estuviera con ellos.

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Un deseo.

En la tercera de las epístolas del apóstol Juan, dirigiéndose, como anciano que era, a un querido hermano, llamado Gayo, le expresa en pocas palabras, el anhelo que, en cuanto a él, llenaba su corazón: 

Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. (3 Juan, 1:2)

Que, simplificándolo un poco más, este sería el sentido: Querido Gayo, así como espiritualmente vas a más, ruego a Dios, que tengas salud y que todos tus asuntos te vayan bien. 

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