Me contó un hermano con el que me une una estrecha y fuerte amistad, que años atrás, tuvo una esclarecedora experiencia sobre la seguridad de que al predicar o dar a conocer el evangelio de Jesucristo, este, puede llegar al corazón de los oyentes dispuestos a oír, sin (en ocasiones) importar mucho quien dé a conocer el mensaje:
Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad.