Decir, lo que se sabe sentir.

Me contó un hermano con el que me une una estrecha y fuerte amistad, que años atrás, tuvo una esclarecedora experiencia sobre la seguridad de que al predicar o dar a conocer el evangelio de Jesucristo, este, puede  llegar al corazón de los oyentes dispuestos a oír, sin (en ocasiones) importar mucho quien dé a conocer el mensaje:

Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad. Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones; pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio. ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún. [versi]50 1:15-18[/versi]

Pues bien, me contó este hermano, que cuando se estaba preparando para el pastorado, años atrás, una de las tareas o más bien de las prácticas que entraban en esa preparación, era la de la predicación de La Palabra (Homilética) en distintas iglesias para adquirir soltura y experiencia en esa materia.

Pero resulta, que a este hermano, parece ser, que “le faltaba fuego” según las iglesias pentecostales en las que solía predicar y la gente se dormían durante sus exposiciones bíblicas, y debido a esto, temía subirse a un “púlpito”.

Así que, un día, que le tocaba predicar, al ir a tomar la hoja con los apuntes que llevaba en su Biblia para repasarlos, al entrar en el ascensor de su casa  para dirigirse  a la iglesia, los apuntes, al abrir la Biblia  se deslizaron  de sus manos, yendo  a parar al hueco del ascensor sin posibilidad de recuperarlos,  al menos en ese día.

Incidente que le llenó de alegría, porque ya tenía la oportuna excusa para no predicar esa tarde y no tener que ver a la gente durmiéndose.

Así que, al llegar a la iglesia, que según me dijo, debía estar, una hora antes de comenzar el servicio para orar, y mientras los demás oraban,   él pensaba de qué forma le plantearía la excusa a su pastor y maestro, ya que al entrar,   le había dicho que quería hablar con él.

Y mientras “oraba” alguien (el pastor) puso una mano sobre su cabeza, diciéndole:   Así dice el Señor, cuando tú hablas, yo hablo, y el que a ti no te escucha, es a mí a quien no escucha. Por lo tanto habla y no calles.   Quedándose “helado” por lo que se le dijo.

Al terminar el tiempo de oración, el pastor se dirigió hacia mi querido hermano, preguntándole, ¿Qué me querías decir?   A lo que dicho hermano respondió: //Nada, no era nada importante, ya lo tengo claro//. A lo que su pastor y maestro respondió: //Siendo así, sal a predicar//.

Salió y predicó. Y la gente se le durmió, aunque no todos, pero ya no le importó. Desde entonces no ha dejado de predicar ni de enseñar La Palabra de Dios, porque entendió lo que quiso decirle el Señor.

Así que, la experiencia de mi querido amigo, y guardando las distancias, podría acomodarse bastante bien, a lo que el apóstol Pablo dejó escrito en la primera de las epístolas para los tesalonicenses y también para nosotros:

Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.[versi]52 2:13[/versi]

Entendiendo por lo transcrito, que La Palabra de Dios, aunque salgo de la boca de un hombre, no deja de ser Palabra de Dios; procediendo a hacer todo aquello para lo que ha sido enviada. Porque no se trata de tener elocuencia (hablar bien) sino que a través del Espíritu Santo, enunciar y declarar palabras con   autoridad y poder:

Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría.  Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.  Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. [versi]46 2:1-5[/versi]

Aunque muchos de nosotros, al contrario que san Pablo, nos perdemos a través de “palabras persuasivas de humana sabiduría” impidiendo la demostración del Espíritu Santo y del poder de Dios. Porque de lo que se trata,   es, dar a conocer sin embages ni añadiduras, La Palabra de Dios, para que a través de ella, la fe en el Señor Jesucristo alcance a todos los que la oigan. [versi]45 10:17[/versi]

Y para ello, se necesita tener el  sentir de dar a conocer La Palabra de Dios, porque lo que se sabe sentir, se sabe decir.

Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié. Porque con alegría saldréis, y con paz seréis vueltos; los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso. [versi]23 55:10-12[/versi]

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

 

 

Un comentario sobre “Decir, lo que se sabe sentir.

  1. querido Pastor Antonio(amigo y guía) esta sabia observación, se cruza con algo que yo he sentido. Cómo puede ser que alguien que predica, tenga un programa establecido, y no exprese sólo lo que el Señor le indica que debe predicar en ese momento y sus hermanos necesitan escuchar. Esta observación hace que no me inspire confianza la predica programada y establecida previamente; prefiero la transmisión que inspire en el momento, el mensaje de la Palabra de Dios en forma directa. Bendiciones para mis queridos hermanos de La Vila y sus Pastores.

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