Acán y el manto babilónico*.

 

 

 

Una vez cruzado el río Jordán, haber circuncidado Josué a todos los varones, y celebrado la pascua, se alistaron los israelitas para comenzar la conquista de la Tierra que el Señor les había prometido.  La primera ciudad que debían tomar era Jericó, y debían hacerlo siguiendo las instrucciones del Señor:

Ahora, Jericó estaba cerrada, bien cerrada, a causa de los hijos de Israel; nadie entraba ni salía. Mas Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra.  Rodearéis, pues, la ciudad todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis durante seis días.  Y siete sacerdotes llevarán siete bocinas de cuernos de carnero delante del arca; y al séptimo día daréis siete vueltas a la ciudad, y los sacerdotes tocarán las bocinas.  Y cuando toquen prolongadamente el cuerno de carnero, así que oigáis el sonido de la bocina, todo el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad caerá; entonces subirá el pueblo, cada uno derecho hacia adelante. (Josué, 6:1-5)

Debían los israelitas, una vez tomada la ciudad, destruir todo lo que había en ella, salvo las posesiones de Rahab, la ramera que escondió y ayudó a los hombres que Josué envió a espiar la ciudad, así como a guardar su vida y la vida de los familiares que se encontraran en su casa.

Debían, además, dedicar a Jehová, toda la plata, el oro y los utensilios de bronce y de hierro, que había en Jericó. Dedicación, tal vez, como primicia para el Señor, al ser la primera ciudad una vez cruzado el Jordán, en caer en manos israelitas. Así que veamos lo sucedido:

Al séptimo día se levantaron al despuntar el alba, y dieron vuelta a la ciudad de la misma manera siete veces; solamente este día dieron vuelta alrededor de ella siete veces. Y cuando los sacerdotes tocaron las bocinas la séptima vez, Josué dijo al pueblo: Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad. Y será la ciudad anatema a Jehová, con todas las cosas que están en ella; solamente Rahab la ramera vivirá, con todos los que estén en casa con ella, por cuanto escondió a los mensajeros que enviamos.  Pero vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis. Mas toda la plata y el oro, y los utensilios de bronce y de hierro, sean consagrados a Jehová, y entren en el tesoro de Jehová. (Josué, 6:15-19)

Todo resultó como había sido previsto por el Señor; iniciando Josué, a partir de la toma de Jericó, la conquista de la tierra prometida por Dios a los Israelitas, sabiendo y no sólo ellos, que el Creador estaba en el asunto: 

Cuando todos los reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán al occidente, y todos los reyes de los cananeos que estaban cerca del mar, oyeron cómo Jehová había secado las aguas del Jordán delante de los hijos de Israel hasta que hubieron pasado, desfalleció su corazón, y no hubo más aliento en ellos delante de los hijos de Israel. (Josué: 5:1) 

Pero al sufrir una humillante derrota, (Josué, 7:2-6) cuando aún estaban exultantes por la toma de Jericó, Josué entendió que algo iba mal entre el Dios de gloria y ellos, porque todas las promesas de Dios, cosa que sabía Josué, son en Él, sí, y en Él, amén. Así que, postrado en tierra, acompañado por los ancianos de Israel, clamaba a Dios por lo sucedido. Y el Señor contestándole, le dijo:

Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres.  Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros. (Josué, 7:10-12)

 El motivo de que Israel fuera derrotado y herido su orgullo, se debió a que alguien del pueblo de Israel, conociendo la voluntad de Dios, hizo   omisión de ella. Es decir, prevaricó.

Ese alguien, era Acán, un guerrero de la tribu de Judá, de los que junto a sus hermanos gritó a viva voz en la última de las vueltas que en el día séptimo dieron alrededor de Jericó, para que sus murallas cayeran. Además, sabía Acán, que el Señor había decretado, que todo lo que había en Jericó debía ser destruido, salvo Rahab la ramera, su familia y los bienes que poseían.  Al igual que conocía, porque oyó como lo notificó Josué al pueblo, que el oro, la plata y los utensilios de bronce y de hierro estaban consagrados a Jehová. Por lo tanto, no debían tocar, ni quedarse con nada, para no traer desgracia sobre el campamento de Israel, como así ocurrió:

Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación en cuanto al anatema; porque Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó del anatema; y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel. (Josué, 7:1)

Un manto babilónico muy bueno*, 200 monedas de plata y un lingote de oro de unos 600 grs., fue lo que deslumbró a Acán; que, al guardarlo para sí, trajo la desgracia para su pueblo y más en concreto, a su familia. Porque, (probablemente) sin pretenderlo, la acción de Acán, al mantener oculto (Marcos, 4:22) lo sustraído del anatema, en la tienda común, hizo de sus familiares, colaboradores necesarios de su pecado, del anatema. Y por lo tanto debían asumir las consecuencias de dicha acción, como así fue.  (Josué, 7:22-25)

Lo acontecido a Acán, nos debería servir como advertencia hacia donde van dirigidas nuestras miradas, porque cuando Josué le preguntó a Acán que había hecho, este reconociendo su pecado, le dijo:  Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho.  Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello. (Josué, 7:20-21)

Porque, no se trataba, ni se trata, solo de gritar fuerte para hacer caer murallas, sino que, una vez que estas caigan, continuar sin apartarse, ni a diestra ni a siniestra, con lo establecido por Dios, hasta llegar al final; ya que, el que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado (Sant. 4:17)

Y para no caer en la tentación, al mirar donde no se debe,  dejó dicho el Señor Jesús lo siguiente: Si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno. (Marcos, 9:47)

Así que, de nosotros depende. 

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios. 

 

* La definición de babilónico, como adjetivo, hace alusión a lo que es perteneciente o concerniente a Babilonia, y se refiere a una persona o cosa ostentosa, imponente, majestuosa y esplendida. Primorosamente decorado y bordado, el manto, sería una prenda importada de Babilonia, como los que usaría un príncipe o un hombre muy rico.

 

 

 

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