El que come que no menosprecie al que no come.

 

 

El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme.
Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente.
El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. 
(Romanos, 14:3-8)

Por lo que acabamos de leer, sabemos que san Pablo se dirige a los romanos exhortándoles a que por cuestiones de comida, no haya enfrentamientos entre hermanos y menos que debido a esto, sean tropiezo unos para otros, tal y como lo deja muy claro en el versículo siguiente:

Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano. (Romanos, 14:13)

Y aprovechando la ocasión que nos brinda san Pablo voy a tratar de hablar de otro tipo de comida, la espiritual, porque no hace mucho tiempo de ello, tuve la oportunidad de conversar con un hermano que muy recientemente había asistido a un congreso en donde según me dijo, se había movido con tal poder el Espíritu Santo que venía “lleno” y no comprendía a los que no asistían a este tipo de eventos para buscar esa llenura.

Mientras me hablaba, me dio la impresión que se sentía, en un nivel espiritual tan alto, que llegaba a compadecerme, y no solo a mí, sino a todos aquellos que se estaban perdiendo” el alimento” que él había encontrado en ese evento. Algo así como un “tener a menos”, a los que como yo al no estar a su altura espiritual, no lo comprendíamos.

Por otro lado, también he conocido a hermanos que al ver la libertad en Cristo que se disfrutaba al adorar y glorificar el nombre de Dios en algunos lugares, indignados, no se cansaban de juzgar a los que participaban de esa libertad en Cristo, tachándoles de irreverentes y carnales. Algo así como, “no me muevo de mi lugar por temor a equivocarme, pero juzgo a los que se atreven a moverse, aunque considere que no están del todo equivocados porque, ni todo lo nuevo es malo, ni todo lo viejo bueno”. (1ª Tesa. 5:21)

Y aunque cueste comprenderse, esto suele ocurrir, debido a la diversidad de doctrinas y opiniones tan en boga hoy en día en la Iglesia. (Jeremías, 6:16)

Así que, nos encontramos a unos que sobrados de espiritualidad menosprecian (si se dan cuenta o no, no lo sé) a los que en su opinión adolecen de ella y a otros juzgando (tampoco sé si se dan cuenta o no) a los que consideran faltos de humildad espiritual, al no respetar normas y tradiciones por largo tiempo arraigadas en “su” cultura eclesial.

Menosprecio de unos y juicio de otros, que no tendrían que existir al ser la Iglesia a la que tanto los unos como los otros pertenecen, (al menos es lo que se supone) columna y baluarte de la verdad. (1ª Timo. 3:14-15)

Olvidando también, tanto los unos como los otros, que si en verdad pertenecemos al cuerpo de Cristo, somos miembros los unos de los otros y al no tener todos la misma función, (Rom. 12:4-5) la unidad y la tolerancia deberían ser nuestra bandera, para que la oración que dirigió Jesús al Padre en el capítulo 17 del evangelio de san Juan, fuera una realidad.

Incluso san Pablo (apresado por el Señor para predicar el evangelio) rogaba para que se guardara la tan deseada y necesaria unidad:

Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.  (Efesios, 4:1-6)

Y quiero terminar con un salmo de David; salmo que nos hace recordar la gran bendición que nos espera cuando desechando toda confrontación, menosprecio o juicio entre hermanos, caminemos juntos tomados de la mano y en armonía (como decía un antiguo corito) con Jesús.

¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es Habitar los hermanos juntos en armonía!
Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, La barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion; porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna. 
(Salmos, 133)

El corito, mencionado: https://youtu.be/daJ0Ddg9z04

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

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