La salvación de Dios.

 

Hay tanta enseñanza detrás de cada pasaje de la Biblia, que cada día,  al leerla, no solo aprendo, sino que  me deleito en ella; sobre todo,  al conocer los planes que desde mucho tiempo atrás, nuestro Creador,  tenía para nosotros.

Uno de ellos, o más bien el plan estrella, aunque parezca una obviedad,   era  el de enviarnos un Salvador:

...Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. (Lucas, 2:11)

Y lo envió, precisamente, para hacer más cercano “el reino de los cielos”  a los  hombres, Salvador (Mesías)  coloquialmente conocido, como Jesús de Nazaret.

Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. (Mateo, 4:17).

Pues bien, hablando un día Jesús con sus discípulos, les dijo, que  iba a   prepararles un lugar (una morada) para que estuvieran siempre con él, (Juan, 14:2-3) ya que en la casa de su Padre, había espacio suficiente para todos.  Y al asegurarles, que sabían el  lugar y el camino para llegar a él, se quedaron perplejos,  y como no entendieron  nada de lo que les  dijo, le preguntaron:

… Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan, 14:5-6)

Así que al meditar en la respuesta que el Señor le dio a Tomás, el discípulo que le hizo la pregunta,  me acordé de la mención que en el evangelio de  san Lucas se hace  de lo anunciado,  muchos años atrás, por el profeta Isaías:

Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. 
Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane.
Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado
(Isaías. 40:3-5)

Clara mención del trabajo a realizar por el Mesías enviado por el Padre, y al que Juan, “el Bautista”,  hijo de Zacarías,  envió Dios  desde el desierto a recordarlo y publicarlo abiertamente a las gentes:

Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados, como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías, que dice: Voz del que clama en el desierto:    Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas. Todo valle se rellenará, y se bajará todo monte y collado; los caminos torcidos serán enderezados, y los caminos ásperos allanados; y verá toda carne la salvación de Dios. (Lucas. 3:3-6)

Anunciando en que iba a consistir  el trabajo a realizar por  nuestro Señor Jesucristo.  Que era el de levantar  a los que estaban caídos,  hacer descender de su arrogancia a los soberbios, enderezar a los que torcían (y  aún tuercen) la Palabra de Dios  y quitar todos los obstáculos (religiosos)  para facilitar, que la Gloria y la Salvación de Dios, fuera una realidad palpable para las gentes, nivelando,  armonizando y equilibrando todo lo que (natural o espiritual)  lo impedía, a través de los siglos.

De ahí que Jesús dijera con toda firmeza y autoridad,  que (él)   era  el camino, la verdad y la vida. Porque él es la Gloria del Padre manifestada, como le dijo a su discípulo Felipe:

Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. 
Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre
(Juan, 14, 8-9)

Jesucristo, como todos sabemos,  vino a salvar lo que se había perdido.  (Mateo, 18:11)  Pero sin  diferencias (para nadie) en cuanto a la salvación: Ni para los que han caído muy bajo, ni para los que están encumbrados, ni para los errados, ni para  los insociables, ni para los religiosos, ni para los inteligentes, ni para los que no comprenden, ni para los buenos,  incluso,   para los que no mencionamos, que son los muchos. No hay diferencia alguna.

Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Diossiendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. (Rom. 3:21-24)

El mismo camino por igual para todos: JESUCRISTO EL SEÑOR. (1 Tim. 2:5) 

Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. (Hebreos 2:1)

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

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