Los Niños, Jesús y el Reino de Dios

 

No sé si llegamos a darnos cuenta que (sin pretenderlo) podemos impedir que nuestros niños se acerquen a Jesucristo, y hacerles perder la bendición de la que por derecho son merecedores, tal y como deja muy claro La Palabra de Dios:

Y les presentaban niños para que les tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban.
Y viéndole Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios
. De cierto os digo, que el no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándoles en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía.
(Marcos, 10:13-16)

Es la infancia la etapa de la vida, que muchos denominan “la edad de la inocencia” el tiempo que más interés y curiosidad se tiene por las cosas, porque para los niños, todas son nuevas y diferentes; es el tiempo en que los padres (nosotr@s) somos sus “héroes”. Héroes que todo lo saben y todo lo solucionan, (así lo creen los niños). Incluso acuden a nosotros para que les defendamos de “los monstruos” de la noche.

Es también el tiempo en que los niños, se fijan en todo. Y como se fijan en todo, se dan cuenta de que algunos de nosotros (padres y madres), que asistimos a la iglesia regularmente y que tal vez colaboremos activamente en ella, tenemos un comportamiento impecable, cuando estamos con otros cristianos.

Pero que al llegar a casa, no solo nos quitamos la ropa de los domingos, (la de ir a la Iglesia) sino que también nos despojamos de nuestra aparente santidad, como si una cosa estuviera ligada obligatoriamente con la otra. ¿Será que la santidad también es solo para los domingos y servicios religiosos?

Y allí, en la intimidad del hogar, “sin testigos cristianos” nos comportamos como realmente somos; y como nuestros hijos se fijan y lo oyen todo, también se dan cuenta de todo. Incluso de que en la iglesia somos diferentes a como lo somos en casa.

Porque de manera inconsciente o sin importarnos mucho, en casa, creyendo que los niños no nos prestan atención, (padres y madres) hacemos comentarios y emitimos juicios y críticas sobre hermanos en Cristo que horas antes, en la iglesia, les sonreíamos de oreja a oreja, dándoles la mano y tal vez, bendiciéndoles.

Y que también el trato y las maneras han cambiado entre sus padres, y puede ser que también para con ellos, para con los niños; para nuestros hijos. Creando sin pretenderlo un conflicto en ellos, al no llegar a comprender el radical cambio operado en nosotros, aunque a Dios gracias, no en todos. (Efesios, 6:4)

Mi esposa dice que los niños son como esponjas que todo lo que ven y oyen, ya sea bueno o malo, lo absorben. Y debido a esto podemos impedir muy bien, que los niños, nuestros hijos, se acerquen a Jesucristo para ser bendecidos por Él, si lo que más oyen en casa, de sus “cristianos” padres son quejas, gritos y cosas por el estilo.

Padres, que al igual que los primeros discípulos de Jesucristo, al reprender (frenar) a los que querían presentar a los niños al Maestro, podemos y muy bien, estar impidiendo que los niños, los nuestros, por nuestro mal o incorrecto comportamiento conozcan al Señor, al ver (ellos) lo diferente que es nuestra conducta según el lugar donde nos encontremos; ya sea en la iglesia y/o en el hogar.

Y tal vez, debido a esto, tengamos en un futuro que derramar muchas lágrimas si no corregimos a tiempo estos comportamientos (nuestros) inadecuados, creyendo que por llevar de la mano a los niños cada domingo al culto y leerles alguna historia bíblica, es suficiente para que ellos crezcan conociendo al Señor.

Porque al crecer, no querrán saber nada de un Dios del que se dice puede cambiar a las personas, cuando solo han visto “apariencia de cambio” en nosotros, sus padres y, según delante de quien.

Niños que no llegarán a conocer a Cristo, si antes no llegamos a conocerle nosotros, sus padres. Y que solo se darán cuenta de ello, (sin necesidad de palabras) de que hemos conocido al Señor, cuando (si es que no lo hacemos) tratemos a los demás de la manera que queremos ser tratados. Cuando la crítica y la murmuración no hagan nido en nosotros. Cuando no seamos sabios en nuestra propia opinión. Cuando tratemos a nuestra esposa como vaso más frágil. Cuando los gritos y amenazas desaparezcan de nuestro hogar. Cuando dominemos nuestra ira. Cuando el común denominador sea el respeto en la pareja. Y finalmente, cuando vean nuestra integridad, además del respeto y obediencia en todo, a La Palabra de Dios.  (Proverbios, 20:7)

Por lo tanto, nuestra prioridad como “padres creyentes”, debería ser facilitar y no impedir que nuestros hijos se acerquen a Jesucristo, para que ellos le conozcan como realmente es, y poder ser bendecidos por Él; y no solo a través de la escuela dominical; sino que al ver el respeto mutuo, el amor y la armonía existente en el hogar donde se están criando, como si de una extensión (que lo es) de la Iglesia Universal de Jesucristo se tratara, querrán “ser tocados” por el Señor. Por ese Señor que también “tocó” a su padres, cambiando sus vidas. (Salmos, 128: 1-4) Y poder disfrutar junto a ellos del Reino del cual es el Rey.

Así que:

Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él(Prov. 22:6)     

                                                                                                                      

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

3 comentarios sobre “Los Niños, Jesús y el Reino de Dios

  1. Los niños son delicadísimos, y lo más, es, que van a ver en nosotros una imagen de Dios errónea, lo cuál suele trascender a sus vidas adultas, obstaculizando una genuina relación con Él. Muchas gracias, un tema de vital importancia.
    Muchas bendiciones para el centrocristianodelavila. MANUEL.

  2. Wow! Este tema es de suma importancia, si cada uno de los padres fuesemos concientes del mensaje que estamos transmitiendo a nuestros hijos con nuestra conducta, pediríamos perdón y cambiaríamos nuestro mal proceder, no solo dentro de casa, sino también fuera de ella.
    Muchas gracias Pr. Antonio Sellés, Dios continúe dándote sabiduría.

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