María, madre de Jesús.

 

 

 

Era María una joven judía prometida en matrimonio con un varón de la tribu de Judá llamado José, cuando sin esperarlo le aconteció lo que a continuación transcribimos:

Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,  a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres.  Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta.  Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.  Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS.  Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Y he aquí tu parienta Elísabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril;  porque nada hay imposible para Dios.  Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia. (Lucas, 1: 26-38)

María junto a Abraham,  Moisés y el apóstol  Pablo,  fueron de las pocas personas mencionadas en las Sagradas Escrituras   que nunca se hubieran podido imaginar  estar en  “el punto de mira de Dios” para llevar a cabo los planes que el Eterno (a lo largo de los años) tenía para la humanidad.

Planes que convergían en María,  que asombrada  y confusa por lo que le dijo el ángel aceptó lo que el Creador en su divina sabiduría había dispuesto: Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros. (Mateo, 1: 22-23)

Así que nueve meses después,  María dio a luz a un niño al que llamó Jesús tal y como el ángel le dijo que lo llamara antes de que fuera concebido. Nacimiento envuelto por hechos extraordinarios: Ángeles  alabando a Dios se aparecieron a pastores que velaban  y guardaban sus rebaños  diciéndoles que había nacido en la ciudad de David, un Salvador, Cristo el Señor. Y María confusa por lo que le decían los pastores, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. (Lucas 2:1-20)

Al igual que no salía de su asombro al ver postrados a los pies de su hijo,  unos magos que guiados por una estrella vinieron expresamente  desde oriente para adorarle.  (Mateo, 2:1-11)

Cumplido el tiempo de la purificación de María, llevaron al niño  a Jerusalén para presentarlo al Señor, como establecía la ley (Éxodo, 13:2) y para presentar la  ofrenda correspondiente. (Lev. 12:6-8) Allí se toparon con Simeón, hombre justo y piadoso,   y con Ana,  profetisa, y como ambos esperaban  la consolación de Israel, al ver al niño,  lo tomaron en brazos y bendijeron  a Dios por haberles  permitido  conocer  al redentor esperado. Y tanto María como su esposo José,  estaban maravillados por todo lo que decían del niño.  (Lucas, 2:21-38)

Pasado el tiempo durante una fiesta de Pascua (Deut. 16:1-8) la familia al completo subió a Jerusalén y al terminar esta,  Jesús que ya tenía doce años, en vez de regresar a casa con sus familiares y amigos, se quedó en el templo conversando (sobre los asuntos de su Padre) con doctores de la ley;  al encontrarle  rodeado de eruditos,  porque  preocupados, (sus padres)   le estaban buscando,   se sorprendieron al oír que la gente se maravillaba de su inteligencia y de sus respuestas. Y María, su madre,  guardaba todas estas cosas en su corazón. (Lucas 2:41-51)

Algunos años después, María comenzó a sacar  las cosas  que había guardado durante mucho tiempo en su corazón. Eran muchas las cosas guardadas  en cuanto a su hijo Jesús. Había visto como unos magos habían venido de Oriente para rendirle adoración y ofrecerle, oro, incienso y mirra a su hijo.  Y como a unos pastores los  ángeles les dijeron que había nacido en Belén,   Cristo el Señor y que ese era su hijo.   Y como en el Templo  de Jerusalén un hombre  justo y una profetisa,   bendijeron a Dios al tener a su hijo en brazos, hablando de él, a todos los que esperaban  la redención en  Jerusalén. Y  como su hijo  con doce años, conversaba con eruditos y doctores de la ley en Jerusalén, alabando (los que le oían)  su inteligencia.

Así que parece ser que comenzó a asumir quien era su hijo Jesús, porque en un boda donde el vino se había  acabado  María, se lo hizo saber a su hijo y le instó a que remediara la situación diciendo a los que servían: Haced todo lo (que mi hijo) os diga. (Juan, 2:1-12)

Y parece ser que a partir de esta boda, María,  como una más, junto a sus otros hijos,   comenzó a seguir a  su hijo Jesús.  (Lucas, 8:19-21)  De tal manera que no se apartó de él,  ni en los momentos más difíciles y dolorosos para una madre:

Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo.  Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. (Juan, 19:25-27)

Fue María, madre de Jesús, junto a sus otros hijos uno de los ciento veinte  que esperaban en el aposento alto la promesa del Espíritu: Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama del Olivar, el cual está cerca de Jerusalén, camino de un día de reposo. Y entrados, subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y Jacobo, Juan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de Jacobo.  Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos.  (Hechos, 1:12-14) 

Espíritu Santo  que el día de Pentecostés cayó también sobre  María, madre de Jesús,  comenzando como  todos los allí reunidos a hablar en lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen,  como señala la Escritura:

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos.  Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. (Hechos, 2:1-4)

María, madre de Jesús, debería ser un referente para  todos nosotros, porque ella sin llegar a comprender muchas  de las cosas que le acontecían, las guardaba en su corazón;   y  como según la Palabra de Dios, el corazón  es el cofre o baúl  donde se guardan o atesoran todas las cosas, (Lucas, 6:45) María, la madre de Jesús, al sacarlas,   se dio cuenta que todo lo relacionado con su hijo era bueno, y por lo tanto no tuvo ningún inconveniente a pesar de  ser su madre, tenerle como Salvador y Señor,  seguirle y ser bautizada por él con el  Espíritu Santo.

Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor;  Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones.  Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen.  (Lucas, 1:45-50)

 Así que, de nosotros depende el guardar buenas cosas en nuestro corazón;  para que llegado el momento, todo lo que saquemos de él, sea bueno porque… Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él, mana la vida. (Prov. 4:23)  Es lo que puntualizó el rey Salomón, que parece ser fue un hombre muy sabio,  según las Escrituras. (1 Reyes, 4:29-34) 

 

 

Que la Gloria sea siempre para Dios.

 

 

 

 

 

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