En Tu luz….

 

Encontramos en el salmo 36, la oda en que el rey David (aunque prácticamente todos y cada uno de los salmos son odas a Dios) asegura que en la luz del creador, veremos la luz:

¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas.  Serán completamente saciados de la grosura de tu casa, Y tú los abrevarás del torrente de tus delicias.  Porque contigo está el manantial de la vida; En tu luz veremos la luz.  (Salmos, 36:7-9)

Pero, ¿a qué luz se podría estar refiriendo el salmista? Ya que alude a la misericordia de Dios y que los hombres serán completamente saciados y refrescados con su agua de vida.  Y por mucho que lo piense lo  único que me viene a la mente es: Jesucristo. Que para más señas,  es el  verbo de Dios:

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luzAquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. (Juan, 1:1-14)

Porque a pesar de que predicamos, o más bien enseñamos que Jesucristo es nuestro Salvador y Señor, y esto es correcto,  es mucho más. Es, al ser la luz de Dios, aquel que al abrirnos  los “ojos del entendimiento”  es capaz de guiarnos e ilustrarnos en todo lo que al Padre concierne.

Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.  (Mateo, 11:27)

Es aquel que nos hace ver la realidad de nuestro entorno sin Dios, porque el mundo  (como alguien señaló) percibe a Dios más como ausencia que como presencia, por la falta de la luz de Dios. De ahí que Jesús el Señor declarara que él era la luz de la que el  mundo carecía.

Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. (Juan, 8:12)

Y que debido a esto,  en la luz de Dios que es Jesucristo, podemos ver todo aquello que las “tinieblas”  no nos dejaban ver  y nos tenían  confundidos,  en cuanto a Dios y  los hombres. Llegando a ser también luz para otros, si es que esa luz está realmente en nosotros.

Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. (Mateo, 5:14)

Además, en Cristo no sólo vemos la luz de Dios, sino que, como señala el salmo citado,   somos espiritualmente llenos y saciados: Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mi viene nunca tendrá hambre. (Juan, 6:35)

Al igual que  también aseguró Jesús, que el manantial mencionado por el salmista, sería una realidad para todos aquellos que en Él creyeran:

En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.  El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. (Juan, 7:37-38)

Así que en  Jesucristo,  luz de Dios,   no solo tenemos entendimiento en cuanto al conocimiento del Padre y en cuanto a  la herencia preparada para los santos entre  otras muchas más cosas.

 Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos,  no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones,  para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él,  alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,  y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza,  la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales,  sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero;  y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia,  la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.   (Efesios, 1:15-23)

Sino que, nutridos por su Palabra podemos ser capaces, de llevar a cabo  todo aquello para lo que el Señor nos ha llamado y preparado: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. (Juan, 15:7)

Porque a  todo aquel que le llega la luz de Dios, que es Jesucristo el Señor,  deja de ser el mismo,  no pudiendo ya,   ser confundido   por  doctrinas, filosofías, razonamientos, tradiciones y cosas semejantes,  si no todo lo contrario; porque como señaló  san Pablo, estamos completos en Él.

Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo.  Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad,  y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad.     (Colosenses, 2:8-10)

Así que de nosotros depende.

 

Que la Gloria sea siempre para  nuestro Dios.

 

 

 

 

 

 

 

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