Se les llamó cristianos (por primera vez)

 

 

 

 

Recientemente,  en un programa de radio,  oí mencionar una profesión totalmente  desconocida por  mí; dicha  profesión,  la de “nombrador”  que así se llama parece ser que se encuentra desde hace un tiempo en auge.

Al entrevistar al “nombrador”  que además es poeta, explicó que su profesión consistía en dar nombre a algún producto, actividad o cosa, para que en una sola palabra cupiera todo lo que “esa cosa” actividad o producto pudiera  significar. Y para ello dicho profesional  trataba de documentarse sobre el asunto a nombrar, empapándose de su historia y particularidades, viajando incluso,  hasta donde “eso que se va a nombrar” ocurre.

Y todo ello, para que cuándo la gente reparara en el nombre  dado “a algo”   todo su contenido se ampliara de tal manera que partiendo de una única  palabra, definiera todo lo bueno, lo grato, lo útil o lo deseable de su significado. Para que sin titubear se deseara conocer, saborear, utilizar o ser parte de “ese algo” que todo lo dice en un una única palabra.

Pues bien, cuando oí explicar a ese profesional “de dar nombre a las cosas” me vino a la mente la palabra  que cambió el concepto que se tenía de unos seguidores de un  tal Jesucristo (desconocido para muchos en aquel entonces)   a los que llamaron por primera vez en Antioquía,  cristianos.

Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía. Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor. Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a Antioquía. Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía. (Hechos, 11:20-26)

Y les llamaron así, porque estos enseñaban que las personas podían cambiar debido a que el Creador del Universo había enviado a su único Hijo para que el mundo obtuviera redención de sus pecados a través de él. Incidiendo los discípulos de Jesús, que el amor fraterno debía ser el distintivo del cambio acaecido, porque: El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. (1 Juan, 4:8)

Y que debido a ese cambio, a pesar de la oposición que hubiera, se debía dar a conocer todas y cada una de las cosas que habían oído y visto hacer  a su Maestro Jesús, respaldándoles además con señales, maravillas y milagros.

Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios. Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad. (Hechos, 4:29-35)

Y la gente al ver en los discípulos de Jesús, el compromiso con la palabra dada por el Señor y   el denuedo en dar  a conocer a  Jesús de Nazaret,  como el Cristo (Mesías) de Dios; el anhelo por agradarle y el deseo de hacer su voluntad, en un solo vocablo,   definieron  todo lo que para ellos había venido a significar.

Porque para la gente de Antioquía,  el sustantivo cristiano, abarcaba todo lo verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, incluso todo lo de buen nombre,  y debido a esto,  les llevó a abrazar la doctrina de Cristo y esta les condujo a la salvación eterna.

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan 3:16)

Lo que no sé,  es,  si ahora el vocablo «cristiano» tiene aún la misma connotación  o sentido para las gentes  como  tuvo en los tiempos  de los primeros discípulos.  Porque el nombre se mantiene  a pesar de que  le hayamos añadido algunos apellidos. Apellidos que nos hemos puesto nosotros mismos y que nos identifican no como discípulos de Jesucristo, sino con puntos de vista y conceptos doctrinales distintos,  y si en un principio  un cristiano (seguidor de Jesucristo) era alguien en quien se podía confiar y “no solo”  doctrinalmente,   sino en otras muchas áreas,  actualmente mi pregunta es: ¿Continúa esto siendo así?  Porque esto es lo que dejó dicho el Señor Jesús a los que eran suyos para que lo tuvieran en cuenta:

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mateo, 5:13-16)

Así que de nosotros depende.

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

 

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