Una sola carne.

 

 

Sea bendito tu manantial, y alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre. (Prov. 5:18-19)

Hace tan solo unas semanas nos invitaron a mi esposa y a mí a una cena romántica, fue su cumpleaños y alguien tuvo la feliz idea de que sería bueno para nosotros, dedicar un poco de tiempo el uno para el otro.

Nos recomendaron que vistiésemos elegantemente. Un auto vendría a recogernos a nuestra casa y nos llevaría al restaurante que habían escogido para nosotros. Así que a la hora que nos indicaron mi esposa y yo estábamos listos.

Al llegar al restaurante nos recibieron con un preciosos ramo de flores; las flores para mi esposa, para mí las buenas noches. Acompañándonos a continuación una mesa reservada expresamente para nosotros y elegantemente adornada. La cena fue exquisita, así como el trato que nos dispensaron.

Aunque lo mejor fue la charla sosegada que pudimos compartir mi esposa y yo.

Recordamos nuestra vida desde que nos conocimos, convencidos que esta pasa tal y como la Biblia lo menciona, como un soplo; (Job,7:7; Salmos,144:4) también recordamos nuestra infancia, a nuestros hijos y a nuestros nietos, a los que comenzando con nosotros a caminar con Cristo, se quedaron en el camino; a los que están firmes en la fe. Hablamos mucho y de muchas cosas.

Llevamos casados Ana y yo cerca de 39 años. Cuando conocí a mi esposa ella con 18 años y yo con 20, no éramos lo que se dice muy afines en nuestros pensamientos y menos en nuestras aficiones, ella quería servir al Señor, y yo no deseaba saber nada de Él. Así y todo nos enamoramos el uno del otro, y al finalizar mi servicio militar contraímos matrimonio. (Prov. 18:22)  Ella deseaba con todas sus fuerzas que yo conociera al Señor, y yo con todas mis fuerzas quería alejarme de Él.

Pero pudo mas la fidelidad y la fe de mi esposa para con Dios, que mi anhelo por huir de Él. A su debido tiempo, el Señor tocó mi corazón liberándome del espíritu de incredulidad que atado me tenía. Cumpliéndose en mí la recomendación hecha por el apóstol Pablo en la carta a los corintios (también a nosotros) a todas aquellas creyentes que estuvieran casadas con incrédulos:

Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer….., pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras ahora son santos.
Porque ¿qué sabes tú oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido?  
(1ª Cor. 7:13-14, 16) 

Hoy al echar la vista atrás, puedo asegurar que la fidelidad de mi esposa, fue la clave para que el Señor tuviera misericordia y oyera cada uno de los ruegos y súplicas que ella le hacía por su entonces, joven esposo; para poder llegar a ser los dos “una sola carne”.

Estaban unidos nuestros cuerpos, nuestros corazones e incluso nuestras almas, pero no lo estaban nuestros espíritus; nuestras metas, espiritualmente hablando, no eran las mismas, (yo no tenía ninguna) esto en ocasiones era motivo de discusiones, de incomprensión y de mucho dolor. Así que no éramos una sola carne, tal y como lo estableció el Señor. (Mateo, 19:4-5)

Según entiendo, el ser una sola carne con nuestra esposa o esposo (no hay diferencia) implica el mismo compromiso, que tenemos con nuestro propio cuerpo, al que tenemos que cuidar y amar, además de muchas más cosas; de ahí que la Palabra de Dios nos diga: El que ama a su esposa a sí mismo se ama, haciendo extensiva esa afirmación, a las esposas para amar a sus maridos. (Efesios, 5:28, 33)

La unión integral entre un hombre y una mujer, el ser una sola carne, es la fusión del cuerpo, el alma y el espíritu de ambos, para poder encontrarse con Dios en unidad, si es que fue el Señor, el que les unió. (Mateo, 19:6)

Dándose la circunstancia (desgraciadamente) de que muchas parejas, que ilusionadas fueron al matrimonio, han visto rotas sus esperanzas de felicidad; rotas porque nunca lograron ser uno, porque ni el uno ni el otro, desearon perder su identidad; nunca llegaron a ser “nosotros” sino que siempre fueron “tu y yo”. Sin importarles o sin tener en cuenta, en caso de ser alguno o ambos “cristianos” la voluntad de Dios.  (1ª Cor. 7:10-11)

Voluntad muy clara al respecto, al desear el Señor que el amor presida toda relación conyugal. (Cantares, 4: 9-16)

Entendiendo que el amor como tal, nunca deja de ser, al ir nutriéndose este, del respeto mutuo, de la tolerancia, del perdón y de la comprensión; aceptando como propias, tanto el uno como el otro, las imperfecciones de nuestro cónyuge. (1ª Cor. 13:4-7)

Siendo también la fidelidad uno de los ingredientes necesarios para que la confianza, elemento imprescindible, para una buena relación matrimonial, fluya entre ambos esposos. Estando ambos siempre comprometidos en buscar el bienestar del otro.

Sin olvidar que el tiempo pasa para todos por igual, y que por igual envejecemos.

La verdad es que no hay unión mas fuerte, que la unión conyugal; en ella podemos satisfacer todas nuestras necesidades emocionales o afectivas que como hombres y mujeres todos tenemos. (Cantares, 7:10-12)  Es la unión perfecta establecida por Dios, porque Él consideró que no es buena la soledad, ni para el hombre ni para la mujer, creados ambos a su imagen y semejanza.

Y tal vez, sería bueno recordar, a los de mas edad me dirijo, cuando ilusionados dijimos SI QUIERO, sin saber exactamente donde nos iba a llevar esta afirmación de compromiso, ante muchos o tal vez pocos testigos, y todo lo que ha pasado desde entonces: Si se cumplieron o no, nuestros sueños, y si alcanzamos o no, nuestras metas; aunque lo más importante, tal vez lo único importante, es haber recorrido todo ese trayecto con la persona que un día le dijimos SI QUIERO, amarte, respetarte, protegerte, acariciarte, cuidarte, consolarte, serte fiel, hacerte feliz y seguir contigo tomados de la mano, el camino que para nosotros trazó Jesucristo.

Y que los mas jóvenes, aprendan de sus mayores en Cristo; porque no hay nada nuevo bajo el sol. Ya que un día también ellos tendrán que dejar a sus padres para unirse en matrimonio, si se es varón con una mujer; y si se es mujer con un varón; compañero o compañera que el Señor ya tiene preparado para cada uno de ellos, y llegar a ser una sola carne, porque según nuestro Creador, desde el principio ya estableció que: no es bueno que el hombre esté solo.

He aquí tu eres hermosa, amiga mía; He aquí tu eres bella; tus ojos son como palomas. 

He aquí tu eres hermosos, amado  mío, y dulce; Nuestro lecho es de flores.

(Cantares, 1:16-17)

 

 

Que la gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

Un comentario sobre “Una sola carne.

  1. Es un bonic article, potser un dels millors que he llegit sobre el tema.

    Pregue les teues oracions perque en el meu cas no hem aconseguit una comunió tan perfecta.

    Una abraçada

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