Ví, Codicié, Tomé y Escondí.

 

 

Y Acán, respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho.
Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ella.
(Josué. 7:20-21)

Esto que acabamos de leer se conoce como el pecado de Acán, aunque tiene cierta similitud con el pecado cometido por Eva en el paraíso, que también vio, codició, tomó y se escondió, junto a su marido de la presencia de Dios:

Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.

Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los  árboles del huerto. (Génesis, 3:6, 8)

Estos verbos parece que tengan un mismo denominador, que es el de hacer alejarnos de Dios a marchas forzadas. Porque todos se conjugan en pasado, como si se tratara de una acción guardada en lo más profundo de nuestro ser.

En Colosenses 3:5, 8,   se nos recomienda que hagamos morir lo terrenal en nosotros, y no se trata de pecados visibles, sino de los ocultos, de los que pueden fácilmente pasar desapercibidos desde afuera, para los que nos observan, pero no para nosotros y nunca para Dios, porque sabemos hacia donde miramos, que codiciamos, que tomamos o hacemos, y como y donde lo escondemos.

Según la Biblia, Acán cometió prevaricación, (1ª Cron. 2:7) al igual que Eva, porque a ambos se les había advertido que se abstuvieran de tomar aquello que Dios había prohibido.

Prevaricar, es hacer cosas a sabiendas que se obra injustamente.

Esta es la infracción que más le agrada a nuestro adversario que transgredamos, porque es esta precisamente la que más utiliza para acusarnos delante del Señor, al ver que conociendo los creyentes la voluntad del Señor, por codicia, la vulneramos; Porque qué es la codicia sino el deseo excesivo de riquezas u otras cosas, que lo único que consiguen es ahogar La Palabra de Dios, para que no produzca el fruto esperado, como podría ser el arrepentimiento, conversión y salvación de los que la oyen. (Marcos, 4:18-19)

Y como no se puede codiciar lo que no se conoce o se ve, estando rodeados, como lo estamos, de “cosas codiciables”, debemos mantenernos alejados de todo aquello que durante tanto tiempo, (cuando aún no conocíamos al Señor) deseábamos obtener a cualquier precio. Sobre todo riqueza, fama, éxito, poder y autoridad.

Deseos que tanto Acán como Eva anhelaban. El primero obviando la promesa y el mandamiento de Dios, quería conseguir lo que anhelaba a través del oro, de la plata y de otros bienes anatemizados por el Señor; y la segunda adquiriendo sabiduría sin tener en cuenta las recomendaciones de su Creador.

De ahí que se nos recomiende que si nuestro ojo nos puede traer problemas espirituales, vale más que nos deshagamos de él. .  (Mateo, 5:28-29)

Por tanto, el uno como la otra, cegados por la codicia, no tuvieron en cuenta a Dios, obrando como si pudieran burlarle, intentando ocultar su acción. (Gál. 6:7)

Pudiéndose dar el caso que, actitudes como las que acabamos de detallar, aún aniden en nuestro ser y nos hagan olvidar que las promesas de Dios siempre llegan, y llegan, cuando esperando en el Señor acatamos su voluntad, sin adelantarnos y sin intentar a través de nuestros propios medios, que se cumplan.

A Israel le prometió el Señor que le daría una tierra de la que fluía leche y miel, que es igual a riqueza y prosperidad. Acán quiso tomar su parte a espaldas de Israel y de Dios. Eva, creada a imagen de Dios, fue bendecida por su Creador, dándole además el gobierno, junto con Adán, de toda la creación, pero no fue suficiente para ella, quiso ser igual a Dios.

Y a nosotros, a los que se supone que creemos en sus promesas, se nos ha asegurado que buscando en primer lugar, el Reino de Dios y su justicia tendremos aseguradas y cubiertas, todas nuestras necesidades, tanto materiales como emocionales, afectivas y espirituales. (Mateo, 6:31-33)

Para que aferrados a ella, a esta promesa de Dios, desechemos todos aquellos deseos que escondidos en lo más profundo de nuestro ser, intentan ahogar La Palabra de Dios que nos ha sido dada, perdiendo la bendición que ello conlleva al hacerla infructuosa. Porque una de las maneras para dar a conocer el evangelio de Jesucristo es la actitud de sus discípulos frente a los deseos que intentan seducir al hombre y en ocasiones lo arrastran a la perdición. (1ª Juan, 2:16-17)

Y para terminar solo transcribirles lo que al respecto expone La Palabra de Dios:

Así que teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.
Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.
(1ª Tim. 6:8-10)

Así que solo nos resta decir: Amén y amén.

 

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

Un comentario sobre “Ví, Codicié, Tomé y Escondí.

  1. Muy bueno Antonio, como siempre, poniendo el dedo en la llaga, para que no se pudrá más, sino que sane.
    Esa es la bendita esperanza a la que nos aferramos: El sanador libre me hará!! Su Palabra es Luz, y Cristo nos hace libres, sólo tenemos que ir a sus pies en arrepentimiento y reconocer nuestros pecados, y esto es suficiente para que su gracia inmerecida nos limpie y restaure por la preciosa sangre que Él derramó,
    !Alabado sea el Señor!

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