La Iglesia de tu Casa

Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús,
que expusieron su vida por mí; a los cuales no sólo yo doy gracias, sino también todas las iglesias de los gentiles. Saludad también a la iglesia de su casa…
(Rom. 16:3-5)

Pablo, prisionero de Jesucristo, y el hermano Timoteo, al amado Filemón, colaborador nuestro, y a la amada hermana Apia, y a Arquipo nuestro compañero de milicia, y a la iglesia que está en tu casa: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. (File. 1:1-3)

El Señor nos mandó (de esto hace muchos años) a mi esposa y a mí, que abriéramos nuestra casa para Él. Éramos jóvenes, e inexpertos en las cosas del Señor, y como no sabíamos ni como, ni que hacer, decidimos quedarnos en casa cada jueves por la tarde orando y leyendo la Biblia.

Hasta entonces habíamos pertenecido a una denominación con arraigo en nuestro país, pero el Señor nos ordenó que saliéramos de ella; no era allí nuestro lugar, (según el Señor) pero como no nos decidíamos a dejarla, tuvo el Señor que tomar cartas en el asunto, y al igual que Jonás, aunque de manera mucho mas suave, no tuvimos mas remedio que salir de ella mas rápido de lo que hubiéramos querido.

Pues bien, al poco tiempo, un jueves, el Señor nos envió una persona; al tiempo otra, después otra y otra, estableciéndose una iglesia en nuestra casa.

Todo esto me hace recordar lo que le aconteció al apóstol Pablo, cuando obedeciendo a la visión de Dios, viajó hasta Macedonia.

Pablo, (como todos sabemos) había decidido en su afán misionero, ir a predicar el evangelio en Asia, pero el Señor no era de la misma opinión, así que se lo prohibió, (Hechos, 16:6-10)  teniendo que cambiar el rumbo y dirigirse donde el Señor le indicó. (Hechos, 16:11-12)

Y allí ocurrió algo que también todos conocemos: la conversión de Lidia y la del famoso carcelero, ambas en la ciudad europea de Filipos; ciudad en la que al poco tiempo el evangelio de Jesucristo, dio abundante fruto. (Fil. 1:1-2)

Pero todo comenzó cuando Lidia, una vez bautizada ella y su familia, abrió su casa al Señor. Fue Lidia la primer persona que se sepa, ganada en Europa para el Señor, no conformándose esta mujer en ser ella sola quien lo conociera, si no que hizo lo posible para que su familia también obtuviera lo que ella había obtenido, y de esta manera poder formar una iglesia en su casa, porque que es la iglesia si no la reunión o asamblea de creyentes en Cristo Jesús, en cualquier lugar, para adorar, alabar y honrar el nombre de Dios. (Hechos, 16:13-15)

Al poco tiempo, en la misma ciudad encierran a Pablo y a Silas en la cárcel; y allí sucede algo extraño a la vez que milagroso, asombrado el carcelero al ver lo sucedido, no tiene mas remedio que reconocer la mano de Dios detrás de este asunto, entregándole su vida y bautizándose con todos los suyos (su familia) a la vez que abre su casa para el Señor; otra casa para Cristo y otra iglesia en una casa. (Hechos, 16: 25-34) 

Sería bueno, que consideráramos, a la vista de estos ejemplos, la importancia de abrir nuestra casa para el Señor y que esta sea una iglesia para Él. Aunque quiero dejar claro que  no se trata de dejar de congregarnos donde habitualmente lo solemos hacer y quedarnos en casa. De lo que se trata es que ganemos  nuestra familia para Cristo, si es que aún no la hemos ganado. Y que juntos formemos «la iglesia de nuestra casa»  siendo por ello,  de utilidad para el Señor.

Porque solemos fijarnos en las grandes y exitosas congregaciones donde se reúnen miles, deseando pertenecer a alguna de ellas y que domingo tras domingo se tiene que recordar la importancia de diezmar y ofrendar, para mantener la parafernalia y el estatus conseguido.

Olvidando que en nuestras propias casas, hay o pueden haber personas que necesitan de nuestra atención y amor;  y que al igual que Lidia, la vendedora de púrpura,  y el carcelero de Filipos, debemos llevar  a los pies de Jesucristo a los nuestros,  para que nuestra casa ses   una iglesia. Un lugar donde La Palabra de Dios,  al vivir conforme a ella, sea una realidad palpable.

Así que, si en cada casa de creyentes hubiera una iglesia, la ciudad estaría tomada por la Iglesia Universal de Jesucristo sin opción alguna para el maligno. Creyendo fervientemente que, si todos los que nos consideramos hijos de Dios, tuviéramos una iglesia en nuestra casa, no solo cambiaría nuestro entorno más cercano, sino que cambiaría nuestra ciudad  y por ende,  bendecida nuestra nación. (Salmos, 33:12)

Porque de nuestra casa, de nuestra familia, saldrían debidamente preparados hombres y mujeres que vivirían y trabajarían extendiendo el Reino de Dios, sirviendo y respetando  a sus semejantes. Y   al haber crecido en un ambiente de seguridad, respeto, honradez y amor,  debido a la enseñanza de la Palabra de Dios, impartida en la iglesia de tu casa.  (Génesis, 12:3)

Y poder llegar a saludar algún día a propios y extraños, pero con nuestros propios nombres, de la siguiente manera:

Aquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa, os saludan mucho en el Señor. (1 Cort. 16:19) 

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios

 

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