Amargura de Espíritu

De todos es conocida la historia de Esaú y Jacob, hijos de Isaac, hijo de Abraham. Pero que en caso de que alguno de los lectores no la conozca, le remito  al primero de los libros de la Biblia, para que se documente de primera mano.

Y precisamente en este libro, encontraremos que uno de los hijos de Isaac y Rebeca, el primogénito, tomó una decisión que les ocasionó a sus padres amargura de espíritu:

Cuando Esaú era de cuarenta años, tomó por mujer a Judit hija de Beeri heteo, y a Basemat hija de Elón heteo;  y fueron amargura de espíritu para Isaac y para Rebeca. (Génesis, 26:34-35) 

Aparentemente no hizo nada indebido para la época,  al tomar dos mujeres en matrimonio, lo impropio  se debía a que eran cananeas. Y como cananeas  muy bien podrían arrastrar a Esaú a las costumbres de la tierra. Aunque él, ya tenía un pie en ella al haber vendido por un plato de lentejas,  su primogenitura. (Génesis, 25:24-34) 

Porque  lo acertado,  de haber tenido en cuenta la condición “de heredero” habría sido esperar que su padre,  hiciera lo mismo que con él hizo también (Abraham)   su padre,  y que a continuación exponemos:

Era Abraham ya viejo, y bien avanzado en años; y Jehová había bendecido a Abraham en todo.
Y dijo Abraham a un criado suyo, el más viejo de su casa, que era el que gobernaba en todo lo que tenía: Pon ahora tu mano debajo de mi muslo, y te juramentaré por Jehová, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que no tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos, entre los cuales yo habito;  sino que irás a mi tierra y a mi parentela, y tomarás mujer para mi hijo Isaac.
(Génesis, 24:1-4) 

Provocando (Esaú) por su “adulta decisión”  una situación altamente conflictiva (Génesis, 28:6-7) 

Y, es que, en ocasiones, (en más de las que debiéramos) sin tener en cuenta a Dios y creyendo, que el Señor siempre tiene en cuenta  y aprueba todas nuestras decisiones, de algunas de ellas, lo único que conseguimos es, amargura de espíritu  para nosotros,  y para nuestro entorno más cercano.

La amargura de espíritu, (en este caso y en otros muchos)  es un profundo y duradero  sentimiento  de frustración o tristeza,  al no haber podido alcanzar el fin esperado.  Fin que Isaac, hijo de Abraham, esperaba alcanzase su hijo primogénito “al creer que iba a ser el heredero de la promesa”.

Después hubo hambre en la tierra, además de la primera hambre que hubo en los días de Abraham; y se fue Isaac a Abimelec rey de los filisteos, en Gerar.  Y se le apareció Jehová, y le dijo: No desciendas a Egipto; habita en la tierra que yo te diré. Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre.   Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras; y todas las naciones de la tierra serán benditas en tu simiente, por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes. (Génesis, 26:1-5)

Y que es,  (me imagino) la misma amargura de espíritu,  que  sentiría el profeta Samuel, escogido por Dios desde la niñez,  a ser profeta y juez de Israel,  y que  al envejecer,  creyendo  (a través de su ejemplo) que sus hijos  habrían  heredado su buen juicio, honestidad y temor de Dios, podrían muy bien sustituirle,   no ya como profetas, sino como jueces de Israel,  con la misma sabiduría y honestidad, por él manifestadas.  Deseos (de Samuel)   que  no se cumplieron,   como a continuación veremos:

Aconteció que habiendo Samuel envejecido, puso a sus hijos por jueces sobre Israel. 
Y el nombre de su hijo primogénito fue Joel, y el nombre del segundo, Abías;  y eran jueces en Beerseba.  Pero no anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho. 
Entonces todos los ancianos de Israel se juntaron, y vinieron a Ramá para ver a Samuel, y le dijeron: He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones. (1 Samuel, 8:1-5)

Al igual que, (honestamente lo creo) muchos de nosotros, los  que servimos al Señor, hemos podido llegar a sentir la misma frustración al asumir  con total sinceridad, que, de lo (espiritual)  que el Señor nos había dado, habrían tomado parte de ello los más cercanos a nosotros, y que  a pesar de haber sido testigos de la obra,  poder  y misericordia de Dios, comprobamos (con tristeza) que  no ha sido  así.  Sino  (por sus hechos)  todo lo contrario. Provocando en nosotros la indeseada y desestabilizadora,    amargura de espíritu.

Porque desestabilizarnos  espiritualmente,  es lo que produce dicho sentimiento,  haciéndonos  creer que el Señor no tiene el control, al igual que le ocurrió al profeta Samuel, cuando decepcionado por Saúl, en el cual confiaba,  lloraba desconsoladamente.

Dijo Jehová a Samuel: ¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey. (1 Samuel, 16:1) 

Pero,  al igual que el Señor trató  con  Samuel personalmente, ahora  trata con nosotros  a través de Su Palabra,  y ésta (cómo me gusta La Palabra)  que además de viva,  es eficaz,  para corregir e instruir convenientemente,  a todos aquellos que están  prestos a servir y obedecer al Señor,  nos  echa una mano, para salir  adelante, en caso de encontrarnos  en amargura de espíritu, diciéndonos que…

Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
(Fil. 4:6-7) 

Entendiendo, por lo que acabamos de leer,  que en caso de que la amargura de espíritu nos salpique por cualquier causa, de ninguna manera   debemos “engordarla”,  sino deshacernos de ella lo antes posible, presentándosela al Señor, para conseguir que la paz que perdimos por dicha  amargura,  (porque amargura,  nos es ni más ni  menos,  que ausencia de paz interior) vuelva a nosotros a través de Cristo.  Y sin mirar atrás,  seguir adelante con la labor que nos ha sido encomendada por el Señor.

Porque,  al igual que Isaac y Samuel, dejaron de lado sus sentimientos y también sus pensamientos,  al comprender que estos no estaban  alineados con los del Señor, nosotros  también debemos hacerlo,  y darle paso  al Señor. (Isaías, 55:8-9)

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

4 comentarios sobre “Amargura de Espíritu

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