Las normas de Dios.

 

Todos los estudiosos de la Biblia  conocen  lo acontecido a Jesús con Nicodemo, que además de fariseo, era un hombre principal  entre los judíos.  Así y todo, lo vamos a recordar:

Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos.
Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.
Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?
(Juan, 3:1-10)

Da la impresión, por lo que acabamos de leer,  que Jesús no dejara hablar a Nicodemo después que le declarara lo que veía o pensaba de él. Cómo si lo que le dijo  fuera solo la introducción a lo que  quería preguntarle. Si es que quería preguntarle algo.

Y aunque es muy interesante el tema, en esta ocasión quisiera más bien “explorar” aunque fuera de pasada, cual es la condición de los que  han nacido de nuevo. Entendiendo que al nacer de nuevo, como le dijo Jesús a Nicodemo, no sólo se ve el reino de Dios, sino que se entra en él. Entrada que se produce en el momento que se nace de nuevo, es decir “aquí y ahora” y continúa hasta la eternidad.

Así que, si entendemos que el reino de Dios, es el área en que el  dominio de Dios es reconocido, (Mateo, 12:28; Lucas 17:20-21) son obedecidas sus normas (Mateo, 7:21) y en la que su gracia prevalece,  (Efesios, 2:8)  debemos,  una vez reconocida su autoridad e investidos de su gracia,   sujetarnos a las normas de Dios para poder disfrutar  con  total libertad de las excelencias del  reino de Dios.

Porque  el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. (Rom. 14:17)

Normas que a los nacidos de nuevo o de lo alto, no les deben pesar por ser  la nueva condición de vida para todos ellos, es más,  deben destacar en ellas, ya que una norma es una regla que debe ser respetada para permitir “ajustar” ciertas conductas. Y en el caso, de los nacidos de nuevo,  para ajustar  su conducta a la voluntad de Dios, porque el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 Juan 2:17)  

Y si el reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo,  (Rom. 14:17) las normas de Dios nos deben conducir entre otras cosas, a ser justos, (Salmos, 34:12) pacificadores (Mateo, 5:9) y dichosos,  (1 Tesa. 5:16)  con la imprescindible ayuda del  Espíritu Santo. (Lucas, 12:12)  Virtudes  estas, que no sólo  nos van a ayudar a disfrutar de las bendiciones del  Reino, sino que “nos van a echar una mano”  para dar a conocer el  carácter del Reino del que formamos parte.

Entendiendo que si no se encuentran entre los que a viva voz  proclaman que han nacido de nuevo algunas de las  virtudes mencionadas, deberían considerar su situación, (al igual nosotros)  ya que  el nuevo nacimiento,  como es sabido, debe producir más temprano que tarde,   fruto.

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. (Gál. 5:22-23)

Por lo tanto si aún se encuentran en nosotros, resquicios de lo que éramos  antes de haber  nacido  de nuevo, es que nos hemos “saltado” o no hemos tenido en cuenta,  muchas de las normas que  Dios ha dispuesto para poder ajustarnos a su voluntad. Conformándonos tan sólo con «contemplar» el Reino, pero anhelando su poder, al no llegar a entrar en él.

Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder. (1 Cort. 4:20)

Poderosas normas, las de Dios, que podrían comenzar  con la  “A”  de amor:  Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. (1 Juan, 4:7)

Seguir  con la “H” de humildad:  Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.  (Mateo, 11:29-30)     

Y terminar con la «S» de santidad:   Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. (Heb. 4:12) 

Normas,  las mencionadas,  que son imanes para atraer al resto de las establecidas por Dios,  pero  más que suficientes para comenzar a caminar en el Reino de Dios.  Porque, en Jesucristo, se hace camino al andar.

Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. (1 Juan, 5:1-3)                                                                                                                                          

 Así que,  de nosotros depende.                                                                                                                                     

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

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