¿Y qué de éste?

 

 

De todos es conocida la charla que tuvo Jesús, una vez resucitado, con el apóstol Pedro, a orillas del mar de Galilea.

Le recomienda el Señor a Pedro que pastoree y apaciente a sus corderos y ovejas. Dándole además a entender que iba a morir glorificando a Dios. Añadiendo a continuación: Sígueme. (Juan, 21:15-19)

Por lo visto iban paseando y conversando, discípulo y maestro, siguiéndoles de cerca el apóstol Juan, y al darse cuenta Pedro de ello, le preguntó a Jesús: ¿y qué de este? Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú. (Juan, 21:21-22)

Que parafraseando la conversación que tuvieron Pedro y Jesús, mas o menos podría quedar así: Señor, ¿Y que va a pasarle a Juan? Contestándole Jesús: Mira Pedro eso ni es cosa tuya, ni lo que yo haga con él te importa, tu sígueme y olvídate de él.

Actitud esta, en la que muchos solemos caer al fijarnos en el trabajo encomendado por el Señor a otros hermanos, al parecernos más gratificante, mejor visto y más importante que el nuestro, distrayéndonos de nuestra propia comisión, al querer valorar o comparar lo que el Señor ha dispuesto para cada uno. (1ª Cort. 12:7-11)

Valoración que no tiene ningún sentido y que nos puede llevar a perder de vista y lo vuelvo a repetir, la comisión que nos ha sido encomendada. Porque tiene el Señor para cada uno de nosotros, según nuestra disposición y capacidad una misión y un trabajo determinado; trabajo que aunque diferente en ocasiones, siempre converge en la misma obra, la edificación de la casa de Dios, que es Su Iglesia. (1ª Tim. 3:14-15)

Obra en la que todos somos útiles, aunque prescindibles; si es que no estamos dispuestos a ejecutar la voluntad de Dios para con nosotros, al fijarnos en la obra de otros, y perder de vista o no atender convenientemente nuestra propia obra o el trabajo que nos encomendó el Señor. (2ª Juan, 1:8)

Porque sin faltar a la verdad, en algunas ocasiones, “creemos que nuestro Señor les está dando un respaldo inmerecido a hermanos que no son totalmente dignos de él; porque el testimonio de dichos hermanos, según nuestra propia opinión, deja mucho que desear; brindándoles oportunidades de todo tipo (materiales y espirituales) que para nosotros quisiéramos.

Deseando que el Señor se fijara en nosotros y nos bendijera de la misma manera, pero que al no hacerlo, intentamos imitar a “los bendecidos” para ver si de esa forma podemos llegar a conseguir lo que tanto anhelamos, dejando un poco de lado, lo que el Señor en su día nos encomendó.

Lo cierto es que, en el fondo, lo que a casi todos nos importa, aunque digamos lo contrario, es el éxito. Éxito que se mide en el tamaño del “templo”, el número de miembros y el volumen de los diezmos y ofrendas. Considerando que los que lo consiguen, son los que verdaderamente sirven con eficacia al Señor.

Y que pocos, o muy pocos, recuerdan que Jesús, no tenía templo (lugar para predicar regularmente) lo hacía en las calles, en las plazas de los pueblos o en el campo y aunque fuera a una sola persona; que solo tenía 12 discípulos y que no recogía ofrendas, aunque algunos aseguren lo contrario. (Lucas, 8:3)

Y también pocos, o muy pocos, tienen en cuenta a los que son perseguidos por proclamar el nombre de Jesús en obediencia a su Palabra, y que solo son noticia cuando son encarcelados o muertos. Cuando, otros lo son, por convocar a miles en conciertos; o por las cadenas de televisión y de radio que poseen, o por inmensas y grandiosas catedrales donde se congregan, o por las cantidades de dinero que recaudan y manejan.

Pero que tanto los unos como los otros, son iguales de importantes para la obra de Dios, si es que están en el lugar donde el Señor ha establecido que estén, cumpliendo cada uno con su cometido en obediencia a su Palabra. 1ª Cort. 3:7-8)

Porque para el Señor tan importante es el que está al frente de una numerosa y exitosa congregación, que el que está al frente de un reducido número de personas, que riega cada día con sus lagrimas las calles de su ciudad, para que el Señor toque los corazones de ese lugar. (Rom. 14:7-8)

Es mas, el Señor siempre envía a los sitios mas duros, difíciles y de mas peligro, a los más audaces, esforzados y valientes, a aquellos que no tienen ningún temor al daño que les intente causar el adversario, aunque sean unos perfectos desconocidos para la gran mayoría; pero conocidos y escogidos personalmente (que es lo que importa) por el Señor.

Bienaventurado el que tú escogieres y atrajeres a ti. (Salmos, 65:4)

Enviados a lugares donde se debe comenzar desbrozando la tierra, quitando piedras y espinos, preparándola para poder sembrar algo de semilla. Tierra abonada con perseverantes oraciones y ruegos; regada con abundancia de lágrimas. Tierra donde nunca antes había sido sembrada la Palabra de Dios, preparándola para que al tiempo produzca una abundante cosecha. (Salmos, 126: 5)

Hombres y mujeres que sirven al Señor, no por la recompensa que puedan de Él recibir, sino porque no han podido rechazar ni desoír el llamado, que en su día les hizo, (1ª Cort. 9:16)  sin saber a ciencia cierta, y sin importarles, si serán ellos u otros los que recogerán lo que siembren.

Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro el que siega. (Juan 4:37)

Pero con la certeza, que ya sean ellos o sean otros, los que recojan el fruto de su trabajo, oirán por su fidelidad y amor a la obra de Dios, de los labios del mismo Señor lo siguiente:

…Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor. (Mateo, 25:21)

Porque esto, precisamente esto, es lo único importante.

 

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

Un comentario sobre “¿Y qué de éste?

  1. Muy buen artículo pastor Antonio. Mi esposa y yo lo hemos leído y analizado minuciosamente y es una gran verdad que acontece en muchos lugares del mundo. Nos ha gustado mucho y no deje de escribir que son ya 165 publicaciones y han sido de gran bendición para nuestras vidas. Dios le bendiga y le guarde

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