De un Mismo Sentir.

 

 

 

De cierto os digo que todo lo atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra será desatado en el cielo.
Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
(Mateo, 18:18-20) 

Es por todos sabido, la importancia de estar de acuerdo para pedirle cosas al Padre.

Pero quizá, lo que no sepamos muchos de nosotros, es la diferencia entre, ser de un mismo sentir y estar de acuerdo.

El verbo ser, nos da idea de identidad, de pertenencia, “soy de aquí”. El verbo estar, nos da idea de posición, no de pertenencia, “estoy aquí”.

En varias ocasiones, me he preguntado el porque, de que muchas de las oraciones, que se hacen, estando de acuerdo varios hermanos, no tienen respuesta; cuando en el verso que encabeza este artículo, dice textualmente, “cualquier cosa nos será hecha” cuando nos pongamos de acuerdo sobre algo.

Y creo que el motivo es muy simple; no es lo mismo ser de un mismo sentir, que estar de acuerdo.

Se puede estar de acuerdo con algo o alguien y no sentir lo mismo. Probablemente hemos participado en reuniones de oración, en las que se nos ha pedido que orásemos por algo, de lo que casi no teníamos conocimiento; o simplemente se nos ha dicho, que tal persona está enferma, y hay que orar por ella. O tal vez, después de oír una petición, hemos dado nuestro amén, (así sea) en señal de estar de acuerdo con dicha oración; estando totalmente convencidos, de que esta acción significa estar de acuerdo.

Quizá, signifique estar de acuerdo, pero no quiere decir que sintamos lo mismo.

Sentir lo mismo, es ponerse en el lugar del que está en apuros.

Hay un ejemplo en los evangelios que nos da a entender con total claridad, lo que significa, sentir lo mismo:

“Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron. Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande, que las olas cubrían la barca, pero él dormía. Y vinieron los discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!    Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza”. (Mateo, 8:23-26)

Por lo que hemos leído, es de suponer que los doce iban en la misma barca con Jesús; todos (menos que Jesús que dormía) se dieron cuenta de la tempestad que de repente, se había levantado, pero, ninguno de ellos alertó a los demás, diciéndoles: -ya veis la tormenta que se ha levantado, la cosa está fea, sería conveniente, ponernos de acuerdo en oración, y pedirle al Maestro que nos saque de esta, ¿os parece bien?

Sino que, todos, a la vez, pensaron (sin que nadie lo propusiera) lo mismo, ¡nos vamos a ahogar!, y con un mismo sentir, unánimes, se dirigieron al Señor, pidiéndole que les salvara.

Todos ellos eran conscientes del peligro tan real que les acechaba. Se olvidaron de todas sus pretensiones, como: sentarse en el trono al lado de Jesús, de quien sería el mayor, de sus trabajos, de sus esposas, de sus hijos, etc.; se olvidaron de todo.

Solo querían no morir ahogados y todos, sentían lo mismo, miedo a la muerte; y con ese sentir le hicieron la petición a Jesús, y el Señor les concedió la petición, que de manera unánime le hicieron.

En esta y en alguna ocasión mas, al ser de un mismo sentir, recibieron todo lo que pidieron como nos muestra la siguiente porción de La Palabra:         En aquel mismo tiempo el rey Herodes echó mano a algunos de la iglesia para maltratarles.  Y mató a espada a Jacobo, hermano de Juan. Y viendo que esto había agradado a los judíos, procedió a prender también a Pedro. Eran entonces los días de los panes sin levadura. Y habiéndole tomado preso, le puso en la cárcel, entregándole a cuatro grupos de cuatro soldados cada uno, para que le custodiasen; y se proponía sacarle al pueblo después de la pascua.  Así que Pedro estaba custodiado en la cárcel; pero la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él.  Y cuando Herodes le iba a sacar, aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, y los guardas delante de la puerta custodiaban la cárcel.  Y he aquí que se presentó un ángel del Señor, y una luz resplandeció en la cárcel; y tocando a Pedro en el costado, le despertó, diciendo: Levántate pronto. Y las cadenas se le cayeron de las manos. (Hechos, 12:1-7)

Además, también pueden suceder este tipo de cosas:

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes (en un mismo sentir) juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. (Hechos, 2:1-4)

A través de este otro ejemplo, quizá podríamos llegar a ser conscientes de la importancia que tiene ser de un mismo sentir, y de lo que podamos llegar a conseguir, cuando el vocablo unánimes, sea una realidad en nuestra vida. Porque la revelación de Jesús, se origina cuando unánimes y en un mismo sentir, estamos en comunión con Él.

Recomendando el apóstol Pablo, a las distintas congregaciones, (a la nuestra también) en varias de sus cartas, que sean unánimes y de un mismo sentir; despojándose de cualquier tipo de individualidad. Consiguiendo de esta manera, además de intervenciones divinas, como respuesta a las oraciones, conciencia de unidad, al olvidar y dejar de lado lo mío, para conseguir lo nuestro.

Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún efecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa.
Nada hagáis por contienda o vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.
(Fil. 2:1-4)

 

Que la  Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.