El desigual yugo.

 

Se menciona en la segunda de las epístolas dirigidas a los corintios, los distintos  motivos por  los que los creyentes no deben unirse en yugo desigual con los incrédulos:

No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?  ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo.  Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré,  Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso. (2 Cort. 6:14-18)

Sugiriendo el apóstol Pablo, autor de la epístola,    que,  ni por compañerismo, ni por afinidad,  ni por simpatía o compromiso,  se debían unir o estar unidos en (desigual) yugo con los incrédulos, es decir,   caminar juntos  con los que rechazan a Dios. Y aunque siempre se ha considerado como yugo desigual el matrimonio entre creyentes e incrédulos o entre personas de distinta fe, creo que el consejo del apóstol va más allá. De hecho se está viendo y sobre todo en gente joven,  que influenciados por amigos inconversos y modas  que no tienen nada que ver con Dios,  dejan o se alejan  del Señor que les rescató.   

La Palabra de Dios, insta,  una vez que se ha conocido al Señor Jesús,  a atender diligentemente las cosas que hemos oído y aprendido para que no nos deslicemos,  (Hebreos, 2:1) porque  el maligno, (aunque no lo parezca) utiliza personas de nuestro entorno ya sean amigos o familiares para que, poco  a poco, lo que es  pecado  a los ojos de Dios, no se vea  como tal; más bien de lo que se trata (aseguran esas personas)  es que como los tiempos han cambiado,  con ellos las costumbres,  debiendo ser  la tolerancia y la comprensión la nueva doctrina a seguir.   La que se conoce  como lo políticamente correcto.  

Cuando  La Palabra que a menudo no es tan correcta como algunos quisieran,  advierte sobre ello:

Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente,  teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón;  los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza.  Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo,  si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. (Efesios, 4:17-21)

De ahí que la definición de tóxica sea la expresión más precisa para ilustrar cualquier tipo de relación, ya sea de pareja, de familia,  de amistad o de trabajo que perjudique o que pueda llegar a perjudicar. Las relaciones  tóxicas son aquellas tienen la capacidad (a menudo sin darnos cuenta)  de inhabilitar o anular nuestra forma de ser o pensar. Y en el caso que nos atañe, con el afán de sentirse comprendidos y aceptados, algunos creyentes tibios  o tal vez con poca firmeza espiritual “se dejan  llevar”  por opiniones y puntos de vista contrarios a lo establecido por Dios. Llegando este tipo de relación a convertirse en yugo desigual para los creyentes, que a la larga (o la corta) si se mantiene,  el precio a pagar espiritualmente hablando, es alto. 

Os digo que todo aquel que me confesare delante de los hombres, también el Hijo del Hombre le confesará delante de los ángeles de Dios;  mas el que me negare delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios. (Lucas, 12:8-9)

No se trata, por lo tanto,  de romper relaciones para no estar unidos en yugo desigual con los incrédulos. De lo que se trata es que esas relaciones, llegado el momento, faciliten,  sin ningún tipo de reserva dar a conocer al Señor Jesucristo para que una vez conocido puedan invocarle y  como dice la Escritura obtener la salvación: Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.  ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?  ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! (Rom. 10:13-15)

Como ejemplo tenemos al profeta Jeremías, que el Señor mismo al enviarle a alertar a su pueblo, le advirtió que al tratar con ellos, procurara no descender a su nivel, sino hacer que se elevaran al nivel que él se encontraba, para que también ellos, pudieran oír la voz de Dios: “Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos”.  (Jer. 15:19)  

Toque de atención de Dios   para no caer en  yugo desigual. Porque en ocasiones, por temor a no ser aceptados nos podemos ver envueltos en situaciones que nada tienen que ver con La Palabra de Dios alejándonos de ella.   (1 Cort. 15:33-34)

Y como creo que con lo expuesto es más que suficiente para poder entender que el yugo desigual (en mi opinión) va más allá del matrimonio entre creyente e incrédulo, quiero terminar  recordando  que al único yugo  al que es conveniente  estar unido,  es el que ofrece nuestro Señor Jesucristo que  libera, santifica y da descanso:

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;  porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga. (Mateo, 11:28-30)

Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

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