Los verdaderos adoradores.

Tuvo el Señor Jesús, una larga y fructífica conversación con una mujer samaritana, cuando yendo de Judea a Galilea, al pasar por Sicar  mientras sus discípulos iban a comprar comida, se sentó a descansar junto a un pozo que había abierto el patriarca Jacob.

La conversación con la mujer samaritana, que había ido a sacar agua del pozo, fue distendida y diversa.  Versó sobre la relación inexistente entre judíos y samaritanos, del agua de vida, de relaciones maritales, incluso de lugares donde se debía adorar a Dios.  (Juan 4:1-20)

Conversación que alcanzó su cenit, cuando el Señor Jesús aseguró a la mujer, que había llegado el tiempo de adorar al Padre, ya fuera en Samaria o Jerusalén, de manera distinta a como se adoraba.  Había llegado la hora de adorarle en espíritu y verdad:

Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos.  Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.  Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. (Juan, 4:21-24)

El término adoración que proviene del latín, según el Diccionario de la Lengua Española, y que significa sentir devoción, admiración o intenso amor por alguien o algo, para los que conocemos al Señor Jesucristo, nuestra adoración va dirigida a alguien muy especial: al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, como señalan las Escrituras:

Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?  Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?  Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.  Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás. (Lucas, 10:25-27)

No obstante, puntualiza el Señor Jesús, que los verdaderos, los auténticos adoradores, deben adorar al Padre en espíritu y en verdad.  Tipo este de adoración, que durante mucho tiempo me intrigó, porque no llegaba a comprender como se podía adorar de esa manera. Pero, como toda la Escritura es inspirada por  Dios, leyendo los salmos, comencé a vislumbrar que de lo que se trataba, en contraste con ceremonias y ritos externos, la adoración “en espíritu“  debía surgir desde lo más profundo del alma, clamando a Dios, con la misma fuerza, que el ciervo sediento (según las Escrituras) brama por las aguas:

Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?  (Salmos, 42:1-2)

Al igual que, para adorar “en verdad” se debe conocer a quien, y porque se le adora, ya que, si no se tiene el adecuado conocimiento del “objeto” digno de adoración, la adoración, además de errada, no tiene ningún sentido. El mismo rey David expone de manera magistral, el tipo de conocimiento que se necesita para adorar al Padre  en espíritu y en verdad:

Oh Jehová, tú me has examinado y conocido.  Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; Has entendido desde lejos mis pensamientos.  Has escudriñado mi andar y mi reposo, Y todos mis caminos te son conocidos.  Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda. Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano.  Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; Alto es, no lo puedo comprender.  ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra.  Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; Aun la noche resplandecerá alrededor de mí.  Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; Lo mismo te son las tinieblas que la luz.  Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre.  Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. (Salmos, 139:1-14)

 Y aunque, a pesar de que el clamor salga de nuestra alma y tengamos un adecuado conocimiento del Padre, quien no ajuste su conducta a las enseñanzas y normas del evangelio, no se puede tener a   sí mismo, como un auténtico adorador en espíritu y en verdad. (Efesios, 4:22-24) Por lo que no hay abundancia de tales adoradores.

Sin embargo, a pesar de ser también estrecha la puerta de la adoración espiritual, esa   es la auténtica clase de adoradores (en espíritu y en verdad) que complacen a Dios; según le dijo el Señor Jesús a la mujer samaritana.

Lo cierto es que los hay, el Padre lo sabe; los busca y los encuentra.  Y una vez hallados, los capacita, para que, a través del Espíritu Santo, la adoración en espíritu y en verdad, se convierta en servicio, porque:  la adoración no es  auténtica, (lo dijo Jesús)   si  no se está  al servicio de Dios.

Así que,  Al Señor tu Dios adorarás (en espíritu y verdad) y al él sólo servirás.  (Mateo, 4:10)  

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

 

 

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