Es la siembra, la actividad agrícola en la cual se colocan o esparcen semillas en la tierra para que estas germinen, es decir, empiecen a crecer y a desarrollarse. Este proceso biológico ocurre porque las semillas albergan el embrión que dará origen a la nueva planta.
La cosecha, es el proceso de recolectar o recoger lo sembrado una vez que ha dado fruto y ha madurado. El producto de la cosecha es similar a lo sembrado. De lo que se siembra se cosecha.
Leyes naturales (biológicas) que ya desde el principio quedaron establecidas por el Creador:
Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así.
Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno. (Gén. 1:11-12)
A saber:
1ª “Por la vitalidad misma de la semilla, es inevitable que algo haya de brotar”. (Ley de la siembra).
2ª “Por la identidad de especie entre la semilla y el brote, ha de recogerse algo semejante a lo que se siembra”. (Ley de la uniformidad).
3ª “Y, por la finalidad de la sementera de convertirse en cosecha, lo que se siembra, se recoge multiplicado”. (Ley de aumento o multiplicación).
En la carta que el apóstol Pablo dirige a los gálatas, utiliza la ley de la siembra y cosecha para advertir a la iglesia que nadie puede saltarse los principios establecidos por Dios.
No os engañéis; Dios no puede ser burlado: Pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; más el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. (Gálatas, 6:7-9)
El motivo de esta exhortación, aún hoy en vigor, se debe (entre otras cosas) a la necesidad de corregir ciertos comportamientos que, a pesar de tener conocimiento de la palabra de Dios, seguimos “cultivando”. (Oseas, 8:7)
Porque seguimos sin darnos cuenta que muchas de las palabras ociosas que salen de nuestra boca, “siembran” en bastantes ocasiones dolor, confusión y rechazo en nuestros semejantes; palabras de las que tendremos que dar cuenta:
El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado. (Mateo 12:35-36)
Y no solo se trata de palabras, sino también de “obras” es decir, de acciones; de nuestro comportamiento ante algunas situaciones. Porque la fe que decimos tener, sin obras, parece ser (Sant. 2:14-17) que está muerta (nada produce) y acarrea graves consecuencias, según la siguiente parábola:
Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.
Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.
Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.
Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.
E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna. (Mateo, 25:31-46)
No se necesita mucho entendimiento para comprender el sentido de las palabras del Señor Jesús, porque según la ley de la siembra y cosecha, mencionada más arriba, (el que lee, entienda) todo se reduce (depende de nosotros) a recoger multiplicado, sea bueno o sea malo, lo que se siembra.
Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. (2 Cort. 5:10)
Lo dicho, de nosotros depende.