Separando lo que Dios juntó.

 

 

Parece ser, que, en el tiempo en que el Señor Jesús anduvo sobre la tierra, ya se daban situaciones parecidas a las que se dan actualmente en España, aunque tal vez con cifras menos escandalosas, ya que más de ochenta mil parejas españolas se divorciaron, separaron o solicitaron la nulidad matrimonial, durante el pasado 2020.

Y digo parece ser, por la pregunta que, sobre el divorcio, le hicieron unos fariseos al Maestro de Galilea. Así que, veamos:

Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo? y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. 

 Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?

Él les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; más al principio no fue así.

Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera.  Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. (Mateo, 19:3-10)

 Les recordó el Señor Jesús a los fariseos, también a sus discípulos, que el divorcio no era un tema baladí, sino todo lo contrario.  Porque el que estableció la unión (matrimonio) entre un hombre y una mujer fue Dios. Encomendándole (además) al varón al unirse a una mujer, desligarse de sus padres para formar una nueva familia, bendiciendo el Señor, desde el principio, la unión entre hombre y mujer.

Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar.  Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre.  Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada.  Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.  (Gén. 2:21-24)

Y debido a lo establecido por Dios, (la unión entre un hombre y una mujer) lo que Dios juntó, no lo debía separar el hombre. No les dijo el Señor Jesús a quienes le preguntaron, que lo que Dios juntó no se podía separar, si no que el hombre, no lo separase.  Ya que, el hombre, cuando tiene el corazón endurecido, puede separar lo que Dios juntó.

 Es muy común, pensar e incluso asegurar, ante algunas rupturas matrimoniales, que el Señor no tuvo nada que ver con esa unión, y de ahí la ruptura; pero ¿Qué pasa, ante la separación o divorcio de parejas que crecieron en la iglesia, se conocieron en la iglesia, asistían juntos a los servicios de la iglesia, y se casaron con la bendición de la iglesia? ¿No los juntó Dios?

Y si Dios los juntó, ¿Por qué se separaron? Pues, la respuesta que dio Jesús a los fariseos y que también nos puede valer a nosotros, fue: Por la dureza del corazón. Porque la intransigencia, del hombre (varón o hembra) hace que las “cosas de Dios” no funcionen.  Ya que, cuando se deja de lado lo establecido por Dios, viene el enfrentamiento, el dolor y la ruptura, porque… El que endurece su corazón caerá en el mal. (Prov. 28:14)  

De ahí, que, la voluntad de Dios al unirse un hombre y una mujer, sea: Que el varón ame a su mujer y la mujer respete a su marido, (Efesios, 5:33)

Que los maridos honren a sus esposas y que las traten sin aspereza, como coherederas que son, de la gracia divina…  Vosotros, maridos, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo. (1 Pedro 3:7)

Que no endurezcan su corazón, sino, todo lo contrario. Que amen a sus esposas como a sus propios cuerpos, porque según el Señor, el que ama a su mujer (al ser una misma carne) así mismo se ama:

Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos.  Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.   (Efesios, 5: 28-31)

Al igual que desea el Señor, que las mujeres respeten a sus maridos, al ser en quienes delegó, para que lo representen en el hogar conyugal.

Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. (Efesios, 5:22-24) 

Entendiendo como respeto, llegado el caso, la forma de disentir, sin dañar ni ofender al esposo ante una decisión, que pareciera equivocada. Porque… La mujer sabia edifica su casa; más la necia con sus manos la derriba.  (Prov. 14:1)

Ya que, cuando una de las partes o ambas, resisten y rechazan lo establecido por Dios, (su voluntad) pueden separar lo que Dios juntó.

Para terminar, comparto lo que, a mi entender, (aunque sea un atrevimiento) esperaba el Señor del hombre y de la mujer, al juntarles en uno a través del matrimonio:

En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza. Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad; porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol. (Eclesiastés, 9:8-9) 

Sea bendito tu manantial, Y alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, Y en su amor recréate siempre. (Prov. 5:18-19) 

Así que, lo que Dios juntó, que no lo separe el hombre.

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

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