Espíritu de cobardía.

La cobardía es la acción propia de un cobarde  y el término  cobarde proviene del francés couard (También predecesora del término inglés coward). El origen se remonta al francés medieval coart, y esta vendría de coue (cola)  del latín cauda, que significa cola, que haría alusión a la cola del perro  y del lobo, que la esconden entre las piernas para mostrar sumisión o miedo, o sea, cuando sienten cobardía. 

Así que veamos: En la segunda de las epístolas que el apóstol Pablo le dirige a su discípulo Timoteo, le anima a que avive el fuego de Dios que en él había,  porque parecía ser,  que   se estaba enfrentando a situaciones que podían hacerle retroceder en sus convicciones o  mirar hacia otro lado; y esto último podría ser sinónimo de cobardía y por lo tanto no era bueno para el que Pablo intercedía en oración día y noche, ni para la obra de Dios:

Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo;  trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también. Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios. (2 Tim. 1:3-8)

Porque la cobardía implica temor a enfrentarse a situaciones  adversas, dificultades o desafíos;  a no estar dispuestos a correr riesgos, a pesar de que esa actitud pueda perjudicar a otros.  La cobardía,  que es temor, no  es de Dios. (1 Juan, 4:18)

Y al no ser de Dios, de ahí que el apóstol  Pablo le recordara a Timoteo que Dios no le dio dicho “espíritu”, es decir esa  fuerza, ánimo o aliento, que es lo que significa aquí “espíritu” si no que le dio,  espíritu de poder, de amor y de domino propio.

Espíritu de poder,  para conducirse con autoridad al proclamar el evangelio en medio de circunstancias difíciles: ….Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. (Hechos, 1:8)

Espíritu de amor,  para dedicarse  a hacer bien a los demás:    Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. (1 Cort. 13:1-3)

Espíritu de dominio propio, para poder gobernar los propios deseos y conducirse de manera ecuánime y  justa con los demás:    ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?  ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?  ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. (Mateo, 7:1-5)  

No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio. (Juan, 7:24)

Capacita el Señor a los que él llama, dejando muy claro que la provisión espiritual con la que provee a los “por él llamados” es para que la gasten al servicio de los demás. En caso contrario puede entrar en acción  un espíritu de cobardía (envuelto en ficticia prudencia)  y como este no es de Dios, puede hacer retrotraer la obra de Dios. De ahí que Pablo recomendara a su pupilo Timoteo, que sufriera penalidades como buen soldado  que era, de Jesucristo el Señor. (2 Tim. 2:3)

Sin olvidar, o más bien,  tener siempre en cuenta, (y no sólo Timoteo)  las palabras que el Señor Jesús dirigió a sus discípulos (a los de antes y a los de ahora) para que  se mantuvieran atentos y firmes en quien habían creído: Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. (Juan, 16:33)

Así que, el que sabe hacer lo bueno y no lo hace, (aunque no lo crea)  peca. (Santiago, 4:17)

                                                                           

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios. 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.