Conozco tus obras; sé que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras lo uno o lo otro! Por tanto, como no eres ni frío ni caliente, sino tibio, estoy por vomitarte de mi boca. (Apoc. 3:15-16) NVI.
Este es el mensaje que no sólo se le da a la iglesia de Laodicea, sino a todos aquellos de nosotros que en cuanto a lo espiritual nos encontramos en un estado intermedio, ni frío ni caliente, y por lo tanto tibios.
¿Pero en concreto, que significa ser tibio?
El ser tibio es estar entre dos valores, frío o caliente. Cuando se hace referencia a algún plato o bebida se refiere a algo que se está sirviendo fuera de su temperatura ideal o adecuada. En lo referente a las personas puede significar que no se es firme en ideas o creencias. No queriendo a menudo, inclinarse hacia ningún lado para no exponerse o comprometerse demasiado.
En cuanto a lo espiritual, sabemos que también existe el concepto de frío, tibio o caliente. Es frío aquel al que no le importa nada de todo aquello que tenga que ver con Dios o que esté relacionado con Él. Si la relación con Dios es fluida y trascendental para el individuo, se considera que se es un creyente caliente o fervoroso. Cuando solo existe un compromiso de conveniencia con el Señor, se es un creyente tibio. Creen los tibios, engañándose a sí mismos, que al ser “creyentes” no están en el mundo, pero no lo pierden de vista. Siendo estos creyentes, los más expuestos a desagradar a Dios, como señala la advertencia dada a la iglesia de Laodicea.
Porque, si como dice la Escritura, el Señor escudriña tanto la mente como el corazón, al conocer de primera mano cuales son nuestros deseos y sentimientos, (Apoc. 2:23) está al tanto para advertirnos que la tibieza puede conducir a “obras” que no tienen nada que ver con Él. (Mateo, 15:8)
Obras que hacen creer a los tibios, que prácticamente no tienen necesidad de seguir inquiriendo más de Dios. Así que, acomodados y satisfechos de sí mismos al haber conseguido lo que querían, no se dan cuenta de su desnudez espiritual ante los ojos del que todo lo ve. Llegando a ser cristianos sin Cristo.
Dices: ‘Soy rico; me he enriquecido y no me hace falta nada’; pero no te das cuenta de que el infeliz y miserable, el pobre, ciego y desnudo eres tú. Por eso te aconsejo que de mí compres oro refinado por el fuego, para que te hagas rico; ropas blancas para que te vistas y cubras tu vergonzosa desnudez; y colirio para que te lo pongas en los ojos y recobres la vista. (Apocalípsis, 3:17-18) NVI
Por lo tanto la tibieza no solo es “atemperamiento” del carácter cristiano, sino que es un pecado por omisión, ya que:
Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado. (Santiago, 4:17)
Pero como en el Señor hay esperanza, reconviene y disciplina a los que ama por muy tibios que sean, para que se arrepientan de su tibieza y que de una vez por todas, al llamarles, oigan su voz y le abran su corazón, para que el fuego del Espíritu Santo sea avivado en ellos y puedan llegar a disfrutar de una relación intima con el Señor y de todo lo que tiene preparado para ellos, que es mucho.
Así que, de nosotros depende.
Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo. Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono. El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. (Apoc. 3:19-22) NVI.
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.