Todo lo sabe el Señor.

Tiene  el Señor Jesús después de   haber resucitado,  una   conversación personal y privada  con Pedro que a continuación transcribimos:

Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas.  Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. (Juan, 21:15-17)

La tenían pendiente desde que Pedro,  a pesar de haber afirmado que se dejaría matar antes que negar a su Maestro, le negara tres veces en la misma noche.

Y cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas. Pero después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea. Respondiendo Pedro, le dijo: Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.    (Mateo, 26:30-35)

No le recrimina nada el Señor a Pedro, porque sabía de las lágrimas de arrepentimiento que este con amargura  de corazón había derramado: Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre. Y en seguida cantó el gallo.  Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente. (Mat. 26:74-75)

Le pregunta el Señor a Pedro si le amaba más que los demás, y al responderle que si y que  además él sabía que lo amaba, el Señor le restituye en su apostolado, de ahí que el Señor le dijera que apacentara sus corderos;  porque al haber negado a su Maestro, (1 Juan, 2:23)  se sentía indigno  y por lo tanto excluido del trabajo para el que había sido llamado:  Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios: a Simón, a quien puso por sobrenombre Pedro….,  (Marcos, 3:14-19)

Le repite el Señor la misma pregunta,  habiendo una misma respuesta, pero con un nuevo mandato: Que pastoreara sus ovejas.

Pregunta el Señor de nuevo (por tercera vez)  lo mismo a Pedro, a lo que este,  con tristeza le contesta: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo. Le dice Jesús: Apacienta mis ovejas.

Pedro sabe que no hay nada oculto a los ojos del Señor. Por lo tanto lo deja todo en sus manos, su pasado, su presente y su futuro.

Lo acontecido a Pedro ¿A quién no le ha acontecido? ¿Quién no le ha fallado al Señor y ha derramado lágrimas de amargura al darse cuenta? Y ¿Quién no ha sentido   la presencia del Señor  a su lado, animándole a seguir adelante, cuando esto ha sucedido?

Así que,  sabiendo:  Que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados(Rom. 8:28)  sólo se tiene  una opción, (aunque estemos en una situación como la actual)  asegurar  al igual que Pedro,  que el Señor tiene todo el control y  que además,  todo lo sabe.

Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; Has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, Y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, Y he aquí, oh Jehová, tú lo sabes toda. Detrás y delante me rodeaste, Y sobre mí pusiste tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; Alto es, no lo puedo comprender. ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? (Salmos, 139, 1-7)

 

 

Desde el confinamiento,  que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

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